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FASCINANTE

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No hay duda de que las investigaciones sobre falsificaciones y atribuciones son un fascinante capítulo de la historia del arte y de la museología contemporánea. Es verdad, sí, que los desarrollos científicos, las nuevas tecnologías y el mejor acceso a las fuentes historiográficas han permitido un conocimiento más exacto y preciso en las atribuciones. Ahora bien, siempre será más fácil que la investigación aclare con precisión una falsificación con diferencias cronológicas y de estilo compositivo en su contenido, que una atribución cercana entre autores similares o próxima entre pintores que contaban con taller y ayudantes.

Esto último ha sido frecuente en determinados periodos de la historia del arte, lo que ha hecho imposible discernir en muchas ocasiones sobre la intensidad en la participación del artista principal. Otro factor adicional que afecta en la materia es el debate entre científicos, historiadores y críticos, al cual también se añaden los intereses del mercado y de los propios museos. Lo digo porque ni es infrecuente la aparición de tesis que refutan otras anteriores, ni tampoco el surgimiento de estudios que ponen en solfa algunos cuadros considerados como obras maestras por los museos que los albergan.

Es por eso que tiene un enorme valor e interés científico, histórico y artístico el que la National Gallery de Londres destape en una exposición la casuística que afecta a su colección, aunque con toda probabilidad habrá bastantes más dudas en su fondo de 2.500 obras, que las planteadas en esta muestra de 40 piezas.