Opinion

La dimisión-cese del general McCrystal

COMANDANTE DE CABALLERÍA, ABOGADO Y ECONOMISTA Actualizado: Guardar
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El presidente Obama ha aceptado la dimisión, figura no contemplada en el ejército español, del general McCrystal, hasta ahora máximo responsable de la ISAF en Afganistán, como consecuencia de los desafortunados comentarios que se han publicado en la revista 'Rolling Stone'. Todo parece indicar que es un cese en toda regla.

Soy un ferviente partidario de derecho a la libertad de expresión, no sólo del común de los ciudadanos, sino también de los miembros de las Fuerzas Armadas porque, como dice el coronel de las Fuerza Aérea de los EE UU Lloyd J. Matthews, al prohibir la libertad de expresión a los militares «concedemos un peligroso monopolio al dogma oficial, lo que puede producir un estancamiento y una ineficiencia que difícilmente estamos en capacidad de soportar en esta época de cambios rápidos y peligrosos. Al impedir que oficiales de mentalidad independiente puedan decir lo que piensan, fomentamos la pereza mental; privamos al Departamento de la Defensa, al Congreso y a los electores de una valiosa fuente de información; y amenazamos reducir aún más el pequeño grupo de oficiales americanos que hacen aportes perdurables al pensar militar».

Sin embargo, las despectivas expresiones del general McCrystal contra su presidente y otros altos cargos del gobierno de los EE UU, no sólo son insensatas, sino que exceden con mucho los limites del derecho a la libertad de expresión, no siendo causa de exención de su responsabilidad la posible 'exceptio veritatis' de sus afirmaciones.

Es probable que el general McCrystal tenga razón en sus críticas y que San Obama sea en realidad un presidente cuyas carencias se pondrán en evidencia durante su mandado. También es posible que Obama sea como lo describe McCrystal, y que estuviera más interesado en las sesiones fotográficas durante sus reuniones con el general que en el curso de las operaciones de la guerra de Afganistán. Por desgracia, todos sabemos que esa conducta está bastante generalizada entre la clase política, mas preocupada por su propia imagen que por los problemas reales.

Hoy día, dada la mediocridad de la clase política, coincidiendo a la vez con la altísima preparación profesional, no parece raro que algunos generales estén mas cualificados que sus respectivos presidentes de gobierno; de la misma manera que con toda seguridad hay muchos jueces con mas formación jurídica que sus ministros de justicia, pero las cosas en democracia son así, y por muy incapaces que sean los dirigentes políticos, la legitimidad democrática de los mismos es incuestionable. En modo alguno la posible superior preparación de un funcionario civil o militar le faculta para ofender a su presidente. Sin embargo, es necesaria colaboración de las élites profesionales con la mediocre clase política para ésta que no nos lleven al abismo con el anuente silencio de quien puede evitarlo.

La descalificación y ridiculización de sus superiores civiles no es la conducta que cabe esperar de un general. Reconozco que no soporto a los generales dóciles, sumisos, manejables, dúctiles, mansos, moldeables, acríticos, blanditos, tiernos, o como quiera que se le denomine, porque, en mi opinión, tampoco esa es la conducta que cabe esperar de un general, que ante todo debe comportarse como un leal colaborador del gobierno de su país. Bien entendido que esa leal colaboración incluye la sincera expresión de sus opiniones, aun cuando no coincidan o no sea del agrado de sus jefes.

Sin embargo en España, las cosas distan mucho de ser así. En palabras del Teniente General Alejandre, aquí sólo sirve el «sí, ministro», lo que le valió un expediente. Esta situación es letal para las Fuerzas Armadas y para la Nación. Recordemos las palabras del coronel Matthews: «Al impedir que oficiales de mentalidad independiente puedan decir lo que piensan, fomentamos la pereza mental; privamos al Departamento de Defensa, al Congreso y a los electores de una valiosa fuente de información». Pero eso parece que no cuenta, lo que de verdad cuenta es el monopolio de la verdad oficial.

Si McCrystal estaba en profundo desacuerdo con su presidente, o tanto despreciaba a su equipo, debería habérselo hecho llegar adecuadamente, y en su caso, solicitar el relevo. Ha elegido la peor de las maneras. Sus disculpas no le exoneran de su grave responsabilidad. El Pentágono, en este caso, no ha sido eficaz, ya que al parecer, el cadete Stanley McCrystal, en sus años mozos en West Point, era ya una mezcla de eficiencia y chulería, cualidades que al parecer, ha ido desarrollando con el tiempo. Su conducta no debería sorprender a quienes le conocían, y menos aun, y esa es su responsabilidad, a quienes lo ascendieron y lo nombraron comandante en jefe de la ISAF.