editorial

Desgraciada temeridad

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El trágico suceso que ha costado la vida a doce personas y graves heridas a bastantes más en la estación de Castelldefels, cuando los infortunados cruzaban la vía para alcanzar el otro andén, ha de inscribirse en el capítulo de las imprudencias.

Todo indica que la estación, recién remodelada, disponía un túnel bien señalizado para facilitar el paso y según el consejero Nadal la megafonía avisó de la prohibición de cruzar las vías. El infortunio forma parte de la vida, como la fatalidad y el destino. Y sólo cabe lamentarse ahora de la precipitación de esos jóvenes que no calibraron el riesgo cuando apenas pretendían disfrutar de una noche templada y festiva. No parece que haya otras responsabilidades coadyuvantes de la tragedia que hayan de ser depuradas; como mucho, lo ocurrido avala el principio técnico de que en el ferrocarril, como en la carretera, no es deseable mezclar tráficos de cercanías con tráficos de larga distancia, pero no siempre es posible ni razonable duplicar trazados e inversiones. De cualquier modo, el mensaje que se desprende de este horrible suceso es de prudencia: es absurdo jugarse la vida en la ruleta del azar.