«Pongo la mano en el fuego por mis compañeros porque eso yo jamás lo vi»
Este profesional trabajaba cuando tres de las cuatro mujeres que denuncian el robo de sus recién nacidos dieron a luz Guillermo Boto Ginecólogo en Zamacola desde 1967 a 1975
CÁDIZ. Actualizado: GuardarToda historia tiene distintas versiones. Si bien, la verdad soporta pocos matices. O sucedió o no. En el caso de los supuestos bebés que desaparecieron en la residencia Zamacola en los años 60-70 existen dos visiones diametralmente opuestas: La de los familiares que sostienen que les robaron a sus recién nacidos para entregárselos a otras familias; y la de los profesionales que trabajaron por esas fechas en el centro hospitalario y que hasta la fecha no se conocía públicamente. La negativa es rotunda, algo también previsible porque de lo contrario llevarían años ocultando un delito. Sin embargo, ellos también forman parte de estas historias ¿ficticias? El ginecólogo Guillermo Boto las tilda de «historias truculentas».
Boto entró a trabajar en Zamacola como médico residente en 1967. Hasta 1975, fecha en la que se inició la demolición de la antigua residencia y los servicios fueron trasladados a la clínica de San Rafael, no formó parte del servicio, ya unificado, de Ginecología y Obstetricia. Anteriormente estuvo destinado en el área ginecológica que no trataba con las parturientas, pero estaba al tanto del trabajo que se desarrollaba en el área dedicada a la asistencia de estas mujeres. «La unificación se produjo en San Rafael, pero yo pongo la mano en el fuego por mis compañeros que trabajaron antes en Obstetricia porque eso de los robos de bebés no lo vi en la vida».
El testimonio de este profesional, ya retirado de la medicina y que estuvo trabajando en el Puerta del Mar hasta 2007, tiene relevancia porque coincide en el tiempo con tres de las cuatro mujeres que aseguran haber perdido sus bebés en los años 75 y 76. Tan sólo uno de los testimonios que han salido a la luz y sobre los que está recabando información la Fiscalía, es anterior, en concreto de abril de 1965. «¿Pero cómo se podían sacar niños vivos del hospital, falsificar certificados y entregarlos a otras personas? eso es muy difícil de creer». Boto niega que hubiera connivencia entre los facultativos para ejecutar esa sustracción de menores. Y es que de haberse producido ese tipo de hechos, como afirman cuatro familias, no pudo ser obra de un médico o una matrona. «Cada nido donde eran colocados los bebés eran vigilados por tres o cuatro enfermeras. Si alguna quería llevarse al pequeño, tenía que engañar al resto, ¿no?»
A este profesional, que por cierto se toma con tremenda filosofía las sospechas suscitadas sobre el Zamacola, sí que las considera muy «injustas». «Eso son historias truculentas que además nunca escuché en el hospital como ocurre con las típicas leyendas. Pero no ofrecen una visión real de la gran profesionalidad que había en Zamacola». Sobre los certificados de defunción, Boto relata cómo los médicos llegaban a discutir por ellos: «A nadie le gustaba firmarlos para encima falsificarlos».
Varios facultativos consultados por este medio sí confirmaron que a veces, «por cierto paternalismo», los fallecimientos de bebés constaban como abortos para que las familias no tuvieran que hacer frente a los gastos del enterramiento. Esos cuerpos eran incinerados.