El debutante salió a hombros junto a su padre. :: EFE
Sociedad

Morante encarece la fiesta de los Esplás

Alternativa feliz de Alejandro, reaparición exitosa de Luis Francisco y una faena del diestro de la Puebla de extraordinaria torería

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Justo después de cederle a su hijo Alejandro los trastos, a Esplá se le saltaron las lágrimas de emoción. Antes de la cesión, un largo parlamento, que Alejandro escuchó con notable atención.

Esplá se metió para adentro sin poder disimular el llanto. Pero enseguida estaba el propio Alejandro reclamándolo para brindarle en el ruedo el toro de la ceremonia. Y empezó otra corrida, que se abrió con una ovación tan cerrada al final del paseo que los tres espadas tuvieron que salir a saludar.

A Esplá padre, tan expresivo siempre, capaz de llenar con una simple mueca la escena que sea, le bastó con apuntar a Morante con la montera para dejar sentado que su presencia era para los Esplá un honor, un generoso detalle. La presencia de Esplá padre no era en rigor una reaparición, sino sólo el cumplimiento de una promesa.

El compromiso de ser padrino de alternativa de Alejandro, previsto para hace un año y demorado a la fuerza: estaba sin poner Alejandro entonces. No procedía la retirada de Esplá padre, que vivía la dulcísimo resaca de su apoteósica despedida de Madrid en mayor de 2009 y estaba a punto de iniciar una campaña de reapariciones y despedidas singular y feliz. Esa era la trastienda de la corrida.

Locuaz, ingenioso, tierno, con los pies en la tierra y la cabeza sobre los hombros, Esplá ha declarado más de una vez que la carrera de Alejandro no será sencilla, sino todo lo contrario. Como si fuera utópica la posibilidad de llegar a figura del toreo.

Estocadas defectuosas

Morante sería para Alejandro más espejo que el propio Esplá. Además de hacerles los honores a los dos Esplá, Morante se los hizo al quinto de la corrida de Juan Pedro Domecq: con el capote, en sinuosos lances acaracolados de natural empaque y en un quite por chicuelinas rumbosas, y con la muleta, en una faena de permanente improvisación, más linda que templada porque Morante prefirió el toreo al hilo del pitón antes que el de obligar cruzándose y, en fin, suculenta. La gracia de Morante, su garbo delicado, sus golpes de repertorio: el kikirikí ligado con un afarolado previo, el toreo de toques en series abiertas, nunca cerradas, y parecía que en todo momento estaba toreando Morante.

Igualado el toro pero humillado, Morante, que sale ahora armado con la espada de acero, enterró trasera una estocada de muerte lenta. No importó. Más tiempo para ver a Morante, que, exquisito, cortó en cuanto el tercero pidió la cuenta. La faena la castigó la banda con un terrible pasacalle de bombo y platillo. Además de esa faena, Morante puso la guinda de un par de banderillas al cuarteo de preciosa reunión, escuela clásica. Fue en el segundo de corrida, cuando Esplá padre invitó a banderillear a Morante y a su hijo, que atacó con fe pero sólo dejó un palo. Esplá tuvo el detalle de banderillear al cuarto también y de rendir cumplida faena tanto con un noble jabonero, segundo de la tarde, el mejor de la corrida, como con un cuarto demasiado tardo para ser el último que mataba vestido de luces. La habilidad de Esplá y sus recursos. Inmarcesibles.

Y, en fin, el nuevo matador, que mató de estocadas muy defectuosas -delanteras, desprendidas las dos-, pero que, a favor de ambiente, se pegó su pequeña fiesta. Dos orejas, puerta grande, la primera piedra del edificio.