OTRO SIGLO, LA MISMA MISERIA
Si, como todos admiten, 2012 sorprenderá a Cádiz aún con demasiados partiditos, lo de poner la ciudad al día habrá sido un doloroso cachondeo
Actualizado: GuardarCasi. Un poco más y se escapa. A punto. Por poco sale, así, por escrito, que cada vez resulta más difícil entender a políticos y periodistas de esta ciudad. Pero un pasajero ataque de sensatez lo ha evitado. Un efímero ejercicio de observación permite recordar que ellos también son hijos de una madre, seres desvalidos de condición finita, nietos ricos de pobres que crecieron en patios de vecinos. Ellos son como todos, idénticos, con uñeros, impostados disgustos futbolísticos, fiestas escolares cámara en ristre, hipoteca, síndrome prevacacional, frases que nunca debieron decir y ropa nueva que jamás se ponen. Por eso, el asombro y la incomprensión deben ser dirigidos a todos, no a un periódico o a un despacho oficial.
Somos todos los que hemos admitido que la mayor vergüenza colectiva de esta ciudad se haya quedado sin tratamiento. Y ni rechistamos. Ni lo hablamos. Ni nos molestamos en cagarnos en algo siquiera por mantener una pose de tensión en los que tienen la menor posibilidad de arreglarlo.
Para muchos gaditanos, nacidos aquí o no, ninguna miseria es más dolorosa que la infravivienda. Es la forma técnica y aséptica de llamar a los boquetes infectos en los que varios miles de gaditanos están condenados a vivir.
Ya sé. Muchos se vacunan al pensar que los afectados se lo merecen. Que trabajen, que luchen. No hacen más que beber y tumbarse, no quieren currar.
Qué fácil. Mano de santo. El atajo para que deje de doler. Como cuando cambiamos de canal viendo hambrunas en los informativos. En el caso de los desamparados de Cádiz, pensamos que se lo merecen, por flojos y golfos. En paz.
Seguimos camino del freidor.
Pero hay miles de ellos que no, que nunca dejaron de trabajar y, aún así, nunca pudieron acceder a una vivienda como las de la Constitución, digna. Había, hay, muy poca. Y es muy cara.
Ahora, llega la Junta y, con otras palabras -ahorremos farfolla diplomática- dice que la lucha por adecentar fincas se retrasa, se ralentiza, se complica. Matizarán lo que quieran, pero que hay menos dinero y eso de convertir agujeros en casas se queda atrás. Ya veremos el año que viene. O el otro.
Cuestión de prioridades
Se ha dicho. No hay fondos. Todo se aplaza. Los obreros se van. Y punto. Otro bocado a la tostada y pasamos página de periódico. Y ese mismo medio, como todos, no lo repite al día siguiente, ni al otro. Y los dirigentes públicos no vuelven a mentarlo. Y los usureros que se forraron a costa de esa lacra, se esfuman. A otro negocio. Y los demás ni gritamos, ni murmuramos.
La prioridad absoluta, la necesidad primera, la carencia más dolorosa se queda sin auxilio y todos lo damos por inevitable, casi por lógico. La ciudad que inventó el término 'asustaviejas', ese que luego importaron Barcelona u otras localidades, mira para otro lado mientras varios cientos de abuelas duermen cada noche entre techos que les amenazan, humedades y puntales. Qué vamos a hacerle, así es la vida. La de ellas y sus nietos, y sus nueras y yernos. En la nuestra, en la existencia de los que tenemos un piso normal, otra obra es una preocupación mayor. Si se para, nuestro pulso también.
Tampoco es buen síntoma lo del segundo puente. Es un palo, más psicológico que de influencia real, que ese gigante se quede congelado como un vulgar fuera de juego.
No sirve de consuelo. No servirá para que a nadie le reformen la casa. Ya sé. Es demagógico, simplista, pero cuesta pensar que, en esta ciudad, haya mejor destino a los menguantes fondos públicos que esas ratoneras humanas.
Cuesta asumir que la mayoría de los gaditanos le dé mil vueltas a los plazos de su gran mole y nadie dedique siquiera palabras a la prórroga que, por omisión colectiva, le hemos firmado todos a la infamia de los partiditos.
Si el Bicentenario, si la gran fecha, con su golpe de oficinas y exposiciones, llega con los mismos miles de gaditanos hacinados con los que acabó el siglo XX, para muchos será una soberana porquería.
Eso de poner el reloj de la ciudad en hora consistía en resanar antes la pared en la que está colgado.