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A MEDIA PENSIÓN

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Lo más grave que nos pasa es que no sabemos lo que nos va a pasar. La confusión es tan grande que los que protestan no dejan oír a los que estaban protestando anteriormente y los que aplauden no sabemos si están ovacionando a los que silban. La reforma laboral, cuya necesidad es indiscutible, está originando fogosas discusiones. Comisiones Obreras pide cambios en el Ejecutivo, confiando en que los sustitutos no pueden ser peores que los titulares. En opinión del señor Fernández Toxo, que no sabe indignarse, «no hay dirección política, ni económica, ni laboral».

Por su parte, don Cándido Méndez, su pareja de hecho, lo que pide es que el reloj no marque las horas, como en el bolero, y que todo se sostenga hasta septiembre. Aplazar las cosas no siempre trae cuenta, sobre todo si es una cuenta bancaria, pero produce un alivio inmediato. (Por dilatar el encuentro con Saramago, urdido por mi amigo Juan Teba, ya no será posible estar con el gran escritor que jamás pudo acostumbrarse a la injusticia). Enfriar las expectativas sobre elecciones anticipadas no garantiza que no vayan a servirse calientes. Quizá sea oportuno aguardar a que termine el Mundial, que hasta ahora nos ha traído un disgusto inesperado, o sea, como suelen ser los mejores, y varias sorpresas. Estamos todavía a tiempo para oír más vuvuzelas, o como se llamen las trompetas, y para comprobar que Iniesta no es de cristal de Bohemia o que el sastre de Maradona tiene un gran sentido del humor.

Mientras llega el otoño, dispuesto como siempre a repartir sus prospectos amarillos por los parques, el ministro de Trabajo e Inmigración, Celestino Corbacho, nos anuncia lealmente que los españoles se quedarán a media pensión. Si no se reforma el sistema, eso de cobrar algo por haber trabajado cuando ya no se trabaje entrará en riesgo en el 2023. Las nuevas generaciones nos llamarán degenerados.