RAFA NADAL
Actualizado: GuardarLlevamos varias semanas, varios meses, varios años, toda la vida, diría yo, escuchando hablar de crisis, de problemas en las empresas, de que hay que recortar gastos como sea, que ahora ahorrar tres euros puede que sea fundamental, sobre todo en la situación en la que nos encontramos. En definitiva, estamos cansados de escuchar la misma cantinela de siempre. Además, en los últimos tiempos caminamos a pasos agigantados hacia un futuro que se vislumbra aún peor. Las alegrías son escasas y, encima, si España gana el Mundial los tíos se van a llevar 100 millones de la antiguas pesetas de la Federación que, a fin de cuentas, es dinero de todos. Uno tiene una terrible sensación de soledad allá por donde va, como si el mundo se fuese a terminar de un día para otro.
En medio de este panorama desalentador -magnífica expresión que escuché alguna vez y que ahora acuño-, aparece un tipo que, como el país, algunos creían que estaba acabado. Había ganado cuatro veces Roland Garrós pero, como esa hazaña era relativamente fácil de conseguir, llevaba un tiempo sin vencer y convencer y le estaban dando palos. Y claro, en este país de pesimistas, ya lo habían intentado jubilar antes de tiempo. Los derrotistas se empeñaban en anunciar la resurrección de Federer, en anticipar el inminente liderazgo en la ATP de Djokovic e, incluso, los había que ya veían en Verdasco al nuevo líder de la 'Armada Española'.
Pero todo eso cambió. El muchacho de Manacor planificó la temporada para ganar cuando había que ganar. Se presentó en París con menos partidos en sus doloridas espaldas y se impuso por quinta vez (qué facil y qué pronto se dice). Peleó contra todo y contra todos, sus rivales, sus detractores y ese público siempre tan hostil con los tenistas españoles. Sólo hubo una diferencia con las anteriores ocasiones, un 'pequeño lunar'. Esta vez no perdió ni un solo set en el torneo.