Opinion

Paro sin apoyo

Los ciudadanos han dado la espalda a unos sindicatos anclados en prejuicios antiguos

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

El ajuste impulsado por el Gobierno ha sido una dura medicina para empleados públicos y jubilados. Sin embargo, resultaba evidente que la rebaja salarial de un 5% en promedio para los funcionarios este año y la congelación en el próximo era una de las medidas más plausibles de todas las adoptadas en el plan de austeridad. Se ha pedido a los trabajadores públicos, que tienen un trabajo vitalicio -lo que lo vuelve muy codiciado por muchos, como lo prueba la masiva afluencia de candidatos a todas las oposiciones que se convocan- y que han disfrutado de subidas anuales hasta este mismo ejercicio, un gesto de solidaridad hacia el resto de la clase trabajadora, que padece un insoportable desempleo del 20%. Y esta demanda ha sido también considerada razonable por la mayoría de los funcionarios, como se desprende de que la huelga general de ayer en la función pública haya registrado una participación del orden del 10%, porcentaje inferior incluso al de afiliados a las organizaciones sindicales convocantes. En algunos sectores, como la Sanidad o la Justicia, la huelga ha sido imperceptible, prácticamente nula. Los sindicatos han llegado a calificar oficiosamente la movilización de ayer de «ensayo general» de la huelga general que piensan convocar tras la aprobación de la reforma laboral, que irremediablemente habrá de hacerse por decreto-ley. Lo ocurrido debería obligarles a una reconsideración de su postura porque evidentemente la ciudadanía, tan madura como de costumbre, no está por realizar gestos que lesionen todavía más la economía cuando lo necesario es arrimar el hombro para salir de ésta entre todos. Igualmente, la oposición, que ha asistido con tácita complacencia a los prolegómenos de una huelga que desgastaría al Gobierno, debería reconsiderar su actitud, no vaya a ser que los electores acaben pensando que le interesa más el poder que el salvamento de este país. El paisaje social de ayer reflejaba, en fin, para quien mirara atentamente, una gran desolación. Los ciudadanos, solos, con gran desconfianza hacia un Gobierno que no ha sabido gestionar la crisis, daban también la espalda a unos sindicatos que han quedado anclados en prejuicios antiguos, y ofrecían, como siempre, un testimonio magistral de sentido común.