Dos miembros de Comisiones Obreras reparten folletos y lanzan consignas en el edificio de la Junta de la plaza Asdrúbal. :: MIGUEL GÓMEZ
Ciudadanos

Piquetes: cortitos y con sacarina

Salvo en la concentración de cierre, se limitaron a cumplir con el protocolo sin mucho ímpetu El dispositivo de los sindicalistas en Cádiz fue meramente testimonial

CÁDIZ. Actualizado: Guardar
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Sarah Jessica Parker dice: «No al recorte de sueldos y prestaciones sociales». Alguien le ha colocado la pegatina en la boca, como un bocadillo de cómic, y la última musa global de la moda luce comprometida y glamurosa, en la marquesina del autobús. Son las siete de la mañana. Por la Avenida suben los primeros sindicalistas, camino de la sede. Van tomando posiciones en la barra del Templo del Café, a la espera de órdenes.

En la tele aventuran que la convocatoria será un fiasco, aunque es la versión de TVE, y nadie se la toma muy en serio. Predicciones interesadas al margen, el clima no es precisamente optimista. El primer sondeo, hecho entre largos con leche fría, cortados y descafeinados de máquina, apunta a que ni siquiera los organizadores tienen muchas esperanzas de que la jornada cuaje. Hay quien recuerda, tostada en mano, que los funcionarios siempre han sido «muy paraditos», y quien excusa que la tropa se está reservando para la huelga general. La sensación, a priori, es que los sindicatos se conforman con salvar los muebles. Demasiadas caras largas, y no sólo por el sueño.

Manuel Gómez, de Comisiones, anima a los cuadros: «Las asambleas han estado muy concurridas. Hay interés. Ya veremos». José Antonio Aparicio, su compañero de Sanidad, coloca el parche antes de que se produzca la herida: «Los servicios mínimos son abusivos». A las ocho menos diez, unos cincuenta 'piqueteros' bajan en grupo hacia la plaza Asdrúbal.

Petardos y sirenas

El recorrido previsto incluye, además de las delegaciones de la Junta que comparten edificio en la plaza, Diputación y Ayuntamiento. El flujo de trabajadores es, según estima uno de los habituales de las oficinas, «el mismo de siempre». Los piqueteros encienden el megáfono e inician una larga, larguísima retahíla de recriminaciones, mientras las puertas automáticas se abren y se cierran al paso de los funcionarios. «¡Qué poca dignidad tenéis!», grita la voz metálica y hueca que sale del altavoz. «¡Luego no nos vengáis llorando!». Petardos sueltos y más tralla de sirenas.

A las ocho y media, en vista del escaso éxito de la estrategia, un voluntario del metal propone cortar el paso. Durante siete minutos del reloj, un tapón en la entrada impide a algunos trabajadores acceder a las dependencias. Es un acto puramente simbólico. Los afectados aprovechan para echarse un cigarro, mientras pasa el apretón.

A eso de las diez, el comité de bienvenida se traslada a Diputación. En la planta baja, algunos sindicalistas se dedican, entre consigna y consigna, a disfrutar de la exposición de fotografías flamencas. En la primera planta, ante el retrato de Alfonso XIII, alguien de UGT canta: «¡Esto sí que es / lo que diga ZP!». Lanzan octavillas por las escaleras del Palacio, y suben hasta el cuadro de Isabel II. Allí, el soniquete cambia la letra original por esta otra: «¡Qué me importa España / mientras me pague Cabaña!».

A las doce, en la misma plaza, los líderes sindicales hacen sus primeras valoraciones: «Más o menos el 60% de seguimiento», dicen. Los piqueteros, visto lo visto, miran para otro lado.