El Juli salió a hombros de la Monumental de Barcelona. :: EFE
Sociedad

El Juli, a toda máquina, arrolla y corta cuatro orejas

Al buen tercero lo torea a placer; al complicado sexto le ajusta las cuentas. Dos estocadas soberbias

BARCELONA. Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Con su disimulada desgana primero y su excelente caligrafía después, Finito se embarcó en dos faenas interminables. Petronio del escalafón, impecable un terno marengo con grandes golpes de oro y galones blancos, recamado chaleco, pañoleta roja: supina elegancia. Y el lote, que se lo llevó. Como los de las tómbolas. Un primero gacho, noble y casi dulce; un cuarto escarbador pero de darse sin descanso hasta que, llegado el momento, pidió la hora.

Estuvieron a punto de tocarle a Finito el tercer aviso en ese toro. Por exceso de juego en el recreo. Como en un tentadero Finito. Sueltas cosas preciosas, espléndidos los remates de muletazo, que son de receta propia, pero fue la carrera de Maratón. Muleta planchada, el regusto de algún dibujo inmejorable. Pero alivio en cuanto hubo que apostar o ligar.

El primer toro de Morante, todo pezuñas, fue devuelto tras dos varas. Por cojear. Al sobrero, cinqueño, lo toreó de capa en línea. Incorregiblemente distraído, el toro se salió suelto de suertes. Se tuvo la sensación de que el desenlace iba a ser inminente. Y en efecto. Al quinto, fibroso y largo, su carita por delante, lo toreó Morante a la verónica a gusto, empachándose un poco de capa, sin bajar las manos sino lo estrictamente necesario. Media y una revolera rizada abrocharon los siete lances del saludo. Uno a dos manos para dejar en suerte al toro en varas fue capricho personal de Morante, que no redondeó en un quite por chicuelinas. Picado atrás, el toro, escarbador como casi todos, se vino abajo casi a las primeras de cambio. Al tercer asalto se paró y agarró.

Inapelable con la espada

Morante porfió lo indecible sin perder la fe. Cuando la cosa parecía machacar en vano, y a toro rendido y estragado, Morante dibujó una tanda despaciosa, primorosa. Que era lo que estaban esperando ver casi todos. No se descubrió el toro tras ser herido a espada dos veces y atrás las dos, y Morante se ofuscó con el descabello. Cuando salió a saludar, con la misma marchosería que había estado derramando más a gotas que en chorro, le arrojaron desde el tendido un ramito de romero. O una ramazo.

A El Juli le salió uno de los tres toros buenos de la corrida, el tercero, y le cortó las orejas sin escatimar pero sin abusar, con ese impagable instinto que, pura precisión, convierte una faena en un mecanismo de relojería. La faena, rotunda, fue de valor y pureza, de poder y alegría. De mecer al toro en la distancia con esos muletazos codilleandito que son novedad del repertorio reciente de Julián. De ligar de verdad: soltando toro y volviéndolo a tomar. Resuelta, sencilla, como suelen ser las faenas mayores de El Juli, ésta fue pródiga con las dos manos. En la segunda mitad vinieron los grandes acontecimientos: El Juli, despatarradísimo, enganchando el toro por delante y hasta donde daba el brazo, templado el viaje con calma y rematando hasta el final. Tandas de cuatro y cinco. El último tramo estuvo servido por grandes inventos: trincherilla ligada con dos banderas, dos de la firma y un cambio de mano, que puso boca abajo la plaza; dos de costadillo -pura gracia- ligados a otros tantos cambiados cargando la suerte, y un farol y el del desdén. Y cuando quiso y dispuso, se cuadró El Juli, atacó por derecho y agarró una estocada inapelable. Dos orejas. Aquí lo quieren.

Y El Juli se hace querer, porque, casi terminada la función, se soltó un sexto toro de los de taparse. Por corretón, por falta de corazón y porque le hizo de salida dos regates. Le acabó bajando El Juli las manos con el capote y, con la moneda en el aire, bastaron tres muletazos para plantarse en los medios y dejar venir de lejos al toro. La fórmula para corregir el gazapeo incierto. Pero estaba El Juli al ataque y ganó la pelea. La pelea fue de pronto un cuerpo a cuerpo. Y nuevamente, cuando sintió que era la hora, cambió de espada con diligencia. Dos orejas más. «Torero, torero...!».