EL RAYO VERDE

BALLENAS VARADAS

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Oí decir hace un par de años a una directiva de una multinacional que «el mundo que vivimos hoy es el más fácil que vamos a vivir». No sabía hasta qué punto sería una dramática verdad. La semana pasada, en un café compartido, Esteban González Pons, el responsable de comunicación del PP, comentó que le dice a sus hijos que recuerden la época que acaban de conocer, porque ya no será así nunca más. «Cuando fuimos ricos». El deterioro es imparable y los peligros que nos amenazan van desde lo incomprensible o intangible (el bono alemán, la crisis húngara, los 'bilderberg') hasta lo más inmediato: alguien a tu lado pierde su trabajo y se suma a los demás ocupantes del sofá de la casa, que llevan varios años ya sin subsidio; otros acuden de tapadillo a los comedores sociales, un empresario no duerme porque no le llega para pagar las nóminas, un autónomo no puede enfermar, un comercio cierra... mientras los privilegiados, los activos, ven con angustia que podrán ser despedidos con más facilidad, no sólo que bajen sus sueldos, y que habrán de aprender a vivir sin las certezas mínimas que creían imprescindibles.

Estamos ante un fin de época, de sistema, que se caracteriza además por la falta de soluciones. Ninguna de las que están sobre la mesa se salva de la crítica, no hay el más mínimo consenso acerca de qué hacer y eso sólo aumenta la terrible impresión de que quizá tanto sacrificio sea para nada.

Debería ser la hora de la política, el momento en que los servidores del bien común dieran la talla. Su medida, sin embargo, tiene en general la altura de su falta de preparación, su incapacidad, su apoltronamiento, su sectarismo, su intolerancia. En este contexto vuelven el miedo, las represalias, los pelotas, la descalificación de la idea que no se comparte o no se quiere oír, el vasallaje, la caza de brujas. La pistola sobre la mesa.

Asistimos a una descomposición acelerada de la credibilidad de los partidos -alguien me lo comparaba ayer con el suicidio colectivo de un banco de ballenas- sobre todo del partido en el poder, que es quien tiene la pelota en el tejado y al que no debería bastar dar la vuelta al "acto fallido" que se le escapó a Griñán el otro día: El que los otros sean malos no les convierte tampoco a ustedes en buenos. A ninguno.

Esto no hace sino aumentar el pesar de quienes creemos en la política y en la democracia, queremos mantener contra viento y marea la esperanza y nos desvivimos por buscar alguna buena noticia, una sola, por caridad.

Sólo nos queda esperar que la crisis actúe como una purga, que expulse toxinas y otros empachos. De Argentina se decía que era un país tan rico que se recuperaba por la noche, mientras los políticos dormían. Siempre me pareció una buena imagen: la pampa llena de vacas, los grandes ríos reluciendo al amanecer, para acabar agotados a la noche. Aquí, en esta provincia que no tenemos ese potencial, de momento no lo hemos conseguido, o será que nuestros dirigentes duermen poco. Pero este domingo espléndido disfrutemos del momento y de los placeres cercanos, cada uno el suyo, para volver el lunes con más ganas de pelea.