Cascos posa con un pez tras una jornada de pesca. :: R. C.
ESPAÑA

El regreso del «general secretario»

El ex vicepresidente durante el Gobierno de Aznar se postula como candidato a la presidencia de Asturias Las bases del partido claman para que Álvarez-Cascos vuelva a la política

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Ingeniero de Caminos, cronista taurino, pescador y cazador, vicepresidente del Gobierno, ministro de Fomento, casado tres veces, padre de seis hijos, asturiano militante y, sobre todo, secretario general del PP que hizo el tránsito de la oposición al poder bajo su mando de «general secretario» con José María Aznar de presidente. Todo eso ha sido o es Francisco Álvarez-Cascos (Madrid, 1947) a lo largo de su carrera, uno de los políticos más odiado por la izquierda y el más querido por las bases de su partido. Después de seis años de retiro voluntario, esas mismas bases claman en su tierra para que sea candidato a la presidencia del Principado de Asturias, él espera y Rajoy guarda silencio.

La figura de «Paco Cascos», como es más conocido en el PP, despierta pasión y esperanza en buena parte del partido, pero suspicacias entre algunos nuevos miembros de la renovada dirección, quizás porque representa lo contrario que ellos: empuje y esencia del antiguo Partido Popular sin complejos.

Sus antiguos compañeros admiten que Cascos «está preocupado con todo lo que ocurre en el partido y en especial en Asturias», pero no se atreven a sostener que esté decidido a volver a la arena política. No se lo ha comunicado ni a sus más íntimos ni encaja en la lógica y tradiciones nacionales pasar de ex vicepresidente del Ejecutivo a aspirante a presidente autonómico. Pero también añaden que el ex número dos de Aznar nunca ha seguido las reglas de jerarquía y comodidad de los demás dirigentes y les resulta evidente que si se lo piden por el partido y por Asturias se fajaría en el empeño más y mejor que cualquier novato.

«Hay un clamor para que vuelva», admiten las mismas fuentes populares sobre el ambiente político en el Principado. Allí empezó en la política como concejal en Gijón (1979) y en sus aficiones más conocidas como la caza y la pesca, y en las más ocultas, como la escritura. Aunque por sus diferencias con la dirección del PP local ha llegado a trasladar su ficha de militante a Madrid, sigue el día a día de su región.

Luego está lo que le deben los asturianos, según destacan sus partidarios. El 'general secretario', como un día fue bautizado por Aznar, estuvo al frente de la candidatura del PP en Asturias y ganó en las elecciones generales de 1996 y 2000. Según recuerda un miembro de los gabinetes de Aznar en aquella época, «no había un Consejo de Ministros en que no se aprobara algo, inversión o lo que fuera, para su tierra».

La posibilidad de que Álvarez-Cascos regrese a la política activa para poner orden en la organización y en la comunidad autónoma ha progresado desde las bases a las juntas locales. El 80% de la militancia le reclama, según las últimas encuestas. Los dirigentes regionales, preocupados por el movimiento interno, han pasado de la oposición primera a la ambigüedad o a ponerse de perfil por si desde Génova acaban por pedírselo.

«Cascos imponía un frenético ritmo de trabajo y rigor», «mandaba mucho y gritaba». Cascos dejó la imagen de jefe estricto, pero con el añadido de que daba la cara por sus subordinados y de que era el primero en dar ejemplo en el esfuerzo. En Génova y en la Moncloa se quedaba de guardia en agosto, cuando se iba el jefe, y era raro que no dedicara el fin de semana a actos del partido.

Sus relaciones con Rajoy empiezan a ser un enigma. En la sede de Génova, Álvarez-Cascos mantuvo despacho hasta hace poco tiempo. Rajoy, cuando era vicesecretario general en los tiempos de la oposición, era quien le cubría en algún fin de semana que no trabajaba. Fue la etapa entre su primer matrimonio con Elisa Fernández Escandón -con quien tuvo cuatro hijos- y el segundo con Gemma Ruiz Ruiz -dos hijos-; cuando tenía una novia llamada Cristina y se permitía tomarse algún fin de semana libre, según recuerdan en la sede del partido.

Hay quien asegura que el ex secretario general ha anunciado e incluso consultado sus escasas comparecencias en público de los últimos años con Rajoy, aunque la ambigüedad sobre la candidatura deja claro que la comunicación no debe de ser muy fluida en las últimas semanas.

De vuelta al dilema, entre los dirigentes más curtidos del PP hay pocas dudas sobre los beneficios que aportaría el regreso de su ex compañero. «El problema es que él quiera», comentan. Para el partido aporta una experiencia política, un conocimiento de la región que le convierten en el candidato idóneo para ganar por mayoría absoluta.

El regreso se atiene más al modelo de la política francesa -ministros que cierran su carrera en las alcaldías de sus pueblos y ciudades- que al seguido por Manuel Fraga, pues alcanzó con la presidencia de la Xunta de Galicia su puesto institucional más alto. Cascos volvería a Asturias después de haberlo sido casi todo en política, desde concejal a vicepresidente primero del Gobierno.

En 2000, el entonces presidente del Gobierno decidió que Cascos dejara de ser vicepresidente para quedarse de ministro, aunque fuera de Obras Públicas. «Cómo se lo tomó es algo que sólo saben Aznar y él, pero desde el primer minuto fue evidente que no se fue al ministerio a regañadientes sino con pasión», recuerda un miembro de aquel gabinete.

Desde muy pronto, por su defensa cerrada de los principios del partido y luego por encabezar, por orden de Aznar, las operaciones contra el aparato mediático más próximo al PSOE, Cascos fue el adversario predilecto de la izquierda. Fue acosado por su gestión del 'caso Prestige' y estableció un duelo judicial y de declaraciones con los mismos medios que dura hasta hoy y llega hasta el 'caso Gürtel', en el que sus enemigos le quieren mezclar.

Al dejar el Ministerio de Fomento, Cascos se volvió a casar, esta vez con la galerista María Porto, con quien colabora en una empresa dedicada al mundo del arte. En esta nueva vida escucha «el clamor que llega desde Asturias» y resuena en Madrid, pero también los silencios de Génova, empeñados en que «no ha pedido nada», cuando otros dirigentes del PP consideran que debería ser la dirección del partido la primera instancia interesada en disuadirle para que acometiera un nuevo servicio al partido.