Ignacio Moreno Cayetano, en una de las oficinas de Radiodiagnóstico del Puerta del Mar. :: ANTONIO VÁZQUEZ
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«No hay que respetar al médico por lo que es, sino por lo que hace»

El que fuera gerente del SAS y viceconsejero de Salud hace balance, antes de su jubilación, de una carrera que comenzó en 1968 Ignacio Moreno Jefe de servicio de Radiodiagnóstico del Puerta del Mar

CÁDIZ. Actualizado: Guardar
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En cuarto de carrera, Ignacio Moreno se fue a vivir al sanatorio de tuberculosos de Puerto Real, una mole de cemento de cuatro plantas. Aunque era muy joven («por entonces entrábamos en materia precozmente»), eligió ser interno y asumió, «con cierta supervisión», sus primeras responsabilidades clínicas. Trabajó allí por comida, cama y 1.500 pesetas. Era 1968. Dentro de poco, después de una trayectoria que lo ha llevado a recorrer media España y a probar las mieles y las hieles de la gestión (ha sido gerente del SAS y viceconsejero con García Arboleya y Francisco Vallejo), se jubilará. Como médico y como testigo excepcional de una etapa histórica para la sanidad pública andaluza, Ignacio Moreno hace ahora balance. Lo que más le duele, dice, «es dejarlo justo en este momento, con tantas posibilidades abiertas».

«Lo mío no una fue vocación incontrolable, ni tampoco una herencia familiar. No tengo antecedentes. Empecé Medicina no porque me gustara, sino porque no me disgustaba. Estuve a punto de decidir, con 16 años, que haría Económicas. Sin embargo, en tercero, cuando comencé a ver enfermos en el antiguo Hospital de Mora, se me despertó el interés, y éste pronto se convirtió en pasión. Supongo que fue al comprobar que todo aquello que estudiábamos en los libros tenía una utilidad real, que servía para ayudar a la gente».

Moreno recuerda, todavía con un punto de estupefacción, los medios con que contaban en el sanatorio de tuberculosos en el que arrancó su vida profesional: «Una monja que recogía esputos y los analizaba en busca de bacilos y un aparato de rayos primitivo que manipulaba un técnico que no era doctor ni enfermero, el mismo que luego tenía que revelar las radiografías a mano, con dos cubetas». El tratamiento habitual era «sota, caballo y rey, y una dosis alta de buena voluntad».

Dos años después, tras convencerse de que «para crecer había que formarse lejos de aquí», se fue al Hospital Clínico de Madrid, donde ejerció de residente de medicina interna, y se especializó en Radiodiagnóstico. Pasó por Asturias y por Málaga.

«Desde entonces, hasta ahora, han cambiado fundamentalmente dos cosas en este mundo: la concepción que se tenía del médico, y la calidad de la atención que se da y que se recibe. Por supuesto, antes se ponían muchas ganas, pero faltaban medios, la investigación estaba muy limitada, había grandes diferencias entre algunos hospitales y otros, entre el centro y la periferia, y apenas había acceso a lo que se probaba o se descubría en otros lugares del mundo».

El actual jefe de Servicio de Radiología del Puerta del Mar se alegra de que se haya acabado con ese respeto «solemne y reverencial que se tenía por el médico, sólo por el hecho de que fuera médico. Yo siempre he querido que a los médicos, y por supuesto me incluyo, se les respetara no por lo que son, sino por lo que hacen».

Lo ilustra con un ejemplo: «Un paciente le dijo a un colega, que acababa de darle su diagnóstico, que le explicara qué posibilidades de éxito tendría la terapia que le proponía. Mi compañero le dio estadísticas nacionales, pero el paciente le contestó: 'No, lo que yo quiero que me diga es su porcentaje de aciertos'». «Se ha pasado de valorar a la profesión, en general, por criterios externos, por cierta tradición heredada, por cuestiones sociales incluso, a valorar al profesional, en concreto, por su forma de trabajar, por sus capacidades y por su manera de tratar a la gente».

Desde esa perspectiva, Ignacio Moreno sólo se siente capaz de presumir de una cosa: «Persigo el diagnóstico hasta el final. Lo he hecho siempre. No creo que haya que rendirse, ni tirar por el camino fácil. La mayoría de las veces la profesionalidad es una cuestión de conocimientos, claro, pero también de insistir, de tomárselo como una incógnita por resolver que puede salvar una vida».

Aciertos y fallos

Dentro de esa tarea, en la que la materia con la que se trabaja es tan importante como cada individuo, Ignacio Moreno advierte que el médico siempre recordará «algunos casos particulares, quizá por la complejidad del asunto, en los que acertó», pero subraya que lo que «nunca, nunca, podrá olvidar son sus errores».

Esa misma vocación de exhaustividad fue la que le llevó a aceptar responsabilidades en la gestión. «Uno siempre tiene la idea de que puede ayudar a solucionar, desde otra perspectiva, determinados problemas». Está orgulloso de haber contribuido, modestamente, «a que hoy por hoy se haya reducido tanto la diferencia entre la atención médica que una persona puede recibir en Madrid o en Cádiz». «Y también en materia de formación. Que no sea imprescindible, como cuando yo tuve que marcharme a Madrid a perfeccionar mis conocimientos, irte de tu tierra para lograrlo». Como gerente del SAS y como viceconsejero, reconoce que no le hubiera gustado llegar «al último escalón, al de consejero, porque eso me hubiera impedido volver a la tarea médica, que es donde quería acabar».

¿Asignaturas pendientes? «Unas cuantas. No soy de mirar mucho atrás. Siempre he pensado que no tiene sentido arrepentirse de haber tirado por un camino cuando, de todas formas, no puedes desandarlo y elegir el otro. Supongo que esta profesión ha hecho que no pasara con mi mujer y mis hijos el tiempo que debiera, como tantos y tantos de mis compañeros».

Ignacio Moreno muestra uno de los motivos por los que le da «algo de pena» jubilarse «justo en este momento». En una de las dependencias de la sección de Radiodiagnósico del Puerta del Mar, una hilera de monitores proyectan radiografías digitales. Con un clic de ratón, la imagen se acerca, se aleja, se curva, se amplía y se aclara. A un lado de la pantalla, hay una relación minuciosa de parámetros. En una ventana paralela, se comparan unos resultados con otros. «Imagínate la de posibilidades que nos ofrecen ahora las nuevas tecnologías», dice. «Me gustaría saber cómo van a acabar determinados proyectos que siguen en fase experimental».

No es de extrañar que al doctor le pueda la curiosidad. Basta con recordar a aquel pobre técnico que revelaba las placas a mano, en el sanatorio de tuberculosos de Puerto Real. Allá, en 1968.