Sebastián Castella, en versión espectacular
El torero de Beziers brinda una espléndida tarde de toros, con riqueza y variedad en el capote, personalidad y dominio
MADRID. Actualizado: GuardarLo que encendió la cosa más que nada fue el arranque de faena de Castella con el quinto de corrida, que vino a vivo a galope desde un burladero de sol al tercio de sol y sombra. Veinte metros. Dos estatuarios de encaje, ajuste y gobierno extraordinarios, y en el mismo lazo, cinco muletazos más, ligados los cinco en una sola trenza, con uno cambiado por la espalda de particular arrojo y tres por abajo, cambiados o no, a pies juntos Castella o apenas abierto el compás, pura verticalidad, toreo de brazos y toro sometido de esa manera. Se puso la gente en pie. El bramido genuino de Madrid.
No fue sencillo sino del todo imposible mantener el ritmo y el nivel de ese tramo batiente de apertura. Venido arriba, el toro volvió a arrancarse en generosa distancia, y ahora Castella toreó en redondo, templado y largo, enganchando por delante. Cinco y el de pecho. Algo arrebatada una segunda tanda, y Castella decidió recomenzar. El gesto de calma fue una de tantas muestras de ese valor de escalofrío, tan huella del torero de Beziers.
También la primera de las dos faenas de Castella tuvo de partida un arranque de gran ataque. La apertura segura de Sebastián. El pase cambiado por la espalda en los medios y librando sólo en el último segundo el viaje del toro desde tablas. Y su gavilla y coda, a pies juntos, sin rectificar, por alto y por bajo, el toro enroscado. Y, luego, una faena más redonda y tupida que la que iba a firmar después. Con toro noble pero no tanto toro como el quinto.
Un segundo entre cuyos pitones se encajó Castella cuantas veces quiso, y fueron muchas. Alarde espléndido: una exhibición de aguante y toreo de muñecas en los rizos a pies juntos. La tensión fue fortísima. Rotunda en los desplantes.
Ninguno de los dos de Perera se prestó a glorias mayores. El tercero, castigado por el palco con un tercer puyazo del todo inoportuno, se derrumbó enseguida. El sexto, muy bien hechito pero protestado por justo de trapío, y castigado con miaus malvados, se rebrincó, pegó tornillazos porque le faltaba el golpe de riñón que a veces templa al toro encastado, y protestó en la distancia corta. Acostándose. Un entierro de pitones lo descompuso. Perera estuvo más firme que convencido.