Ning Ying
Actualizado: GuardarQuedamos en el Marriot de San Diego. Como claro desparpajo, Ning Gong y Bae, su mujer, llegaron hasta allí desde Las Vegas, conduciendo con desdén un Cadillac" blanco, como estrellas del rock. Ya habían dado la razón al sino ludópata de los chinos. No disponiendo de visado para entrar en México, salimos a su encuentro hasta California, la China de los manchures. Aquellos Jóvenes Guardias Rojos, que fueron las dagas impías del pensamiento descomunal y obtuso de Mao, venían revestidos de pies a cabeza por Armani. Cenando en The top of the market recordábamos los días en los que vestían casacones talares asándose de calor en Las Palmas. Pronto, las vestimentas ideológicas se convirtieron en camisolas de algodón capitalista, como pronto todas las gafillas proletarias fueron desterradas por las Ray Ban. Se mimetizaron con simpar dinamismo, instados por la tiranía del olvido. Víctimas y verdugos adscritos a aquellas hordas juveniles encargadas de decapitar todo vestigio cultural milenario, aún a costa de tener que vejar con escarnio a sus maestros clásicos, disfrazadas de guiris.
De entre los ciclópeos retos que habíamos acometido juntos, siendo Ning mi intérprete de francés-mandarín, recordábamos con detalle el de haber conseguido sacar de China a su hija Ning Ying, toda una epopeya administrativa. Fuimos pioneros del agrupamiento familiar. Ning Ying estudiaba ya politología en la Sorbona, no ocultando su orgullo, irreductible instinto milenario chino, sentimiento que, con distinto énfasis, compartía. Era una victoria, un salto olímpico paradójico de la generación que descabezó las doctrinas de Lao Tse, las máximas de Confucio, y todo rescoldo nutritivo de cultura milenaria. Mas, sin embargo, encajaban con soberbia rebelde y sin orgullo que estuviera enamorada y conviviera con un joven francés, de apellido compuesto y rimbombante, típico de las aristocracias de las baronías francesas, sin tener en cuenta que eran ellos los que la habían abocado a vivir allí y así. No era debido, pues, a una intoxicación atmosférica, sino a una adaptación sentimental.
Hoy Europa, como Ning Ying, yace en lecho lícito pero inidóneo, ésta sin duda por amor, pero aquella por abandono del amor. Por menoscabo de las fuentes que le dieron sentido, alcurnia, entidad, peso; las que la convirtieron en un faro de luz de libertades, de ciencia y conocimiento, de esfuerzo, de sacrificio, de altruismo. Sin tradiciones, sin ritos ni mitos, sin metafísica esencial, sin arraigos familiares, sin cultura social de cabecera, todo colectivo tiende a su desnaturalización y esta pérdida de valores esenciales, lo condena a yacer en cama de faquir. No es culpa de ninguna Ning Ying. No seremos lo que debemos ser, por haber despreciado lo que fuimos.