Los asistentes no perdieron detalle de la cata de las cuatro añadas de la mítica bodega. :: J. C. CORCHADO
Jerez

Expectación ante la cata estrella

Casi un centenar de privilegiados pudieron probar cuatro añadas de Chateau D'Yquem

JEREZ. Actualizado: Guardar
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Ni el calor sofocante logró disuadir a los aficionados a los buenos caldos que un año más, y pese a que del suelo del Alcázar salía fuego, aguantaron casi una hora de cola para ser uno de los privilegiados que volvieran a llevarse a la boca un sorbo de los exclusivos caldos que la mítica Chateau D'Yquem produce en la región francesa de Sauternes.

Ya van para cuatro las ocasiones en las que la empresa propiedad del grupo de artículos de lujo LVMH (Louis Vuitton) desde 1999 trae sus caldos a Vinoble y descorcha unas botellas que, según las cosechas, pueden alcanzar hasta más de 1.000 euros, que es el precio al que ya se cotizan las de una 'millésime' (añada) legendaria como la de 1988, por la que en alguna subasta se han llegado a pagar incluso 6.000 euros.

Esa aureola de prestigio, su carácter de producto sublime, el misterio de unos vinos que no suelen acudir a este tipo de catas verticales en salones especializados y el interés de compradores, periodistas especializados y aficionados en general por escuchar de primera mano las explicaciones de Sandrinne Garbay, la jefa de la bodega presidida por el enólogo Pierre Lurton, lograron que no quedara libre ni uno de los casi un centenar de asientos que se habían preparado en la Mezquita del Alcázar y en la cercana sala de El Molino -donde se siguió de forma simultánea a través de una pantalla de televisión-.

Todos querían tener un hueco en la cata que el propio comisario de Vinoble, Pancho Campo, calificó como la «estrella» del salón. Por eso algunos se mostraron dispuestos a compartir un mismo asiento y las cuatro copas que se llenaron con apenas dos deditos de vino. Y por el mismo motivo, cuando el responsable de la organización se acercaba a los que esperaban de pie y les señalaba con el dedo afirmando «estás dentro», el afortunado ponía cara de regocijo y se frotaba las manos pensando en que iba a probar, comparar y paladear cuatro añadas de la mítica bodega.

Algunos de los asistentes a la cata magistral, en la que el propio Pancho Campo y el sumiller Bruno Murciano -elegido el mejor de España en 2008- acompañaron a Garbay, ya habían disfrutado de la experiencia de disfrutar de los Chateau D'Yquem en anteriores ediciones de Vinoble, pero para otros era la primera vez. A ellos dedicó la jefa de la bodega francesa sus primeras palabras, con las que trató de dar algunas pistas que explicasen la leyenda que acompaña a estos caldos que se producen en uno de los pagos más altos de Sauternes, que cuenta con microclima único y cuyas 100 hectáreas de superficie se dividen en cuatro tipos diferentes de suelos que confieren mucha variedad y calidad, pero «también regularidad al producto».

Tanta importancia dan en Chateau D'Yquem al clima y al terruño que Garbay no dudó en afirmar ayer que el 50% del éxito de los vinos está en la tierra, mientras que otro 40% reside en las virtudes de una vendimia que realizan 200 jornaleros que recogen las uvas semillon y sauvignon una a una y en varias pasadas -la recolección puede extenderse desde septiembre hasta principios de diciembre-.

«Sólo un 10% depende del proceso de vinificación, ya que no es difícil hacer buenos caldos con estos ingredientes», insistía ayer la responsable durante los últimos 16 años de la calidad de estos vinos para los que es fundamental el efecto que produce en la materia prima la botrytis cinerea, la llamada podredumbre noble, un hongo que infecta las uvas y que hace posible toda la gama de sabores que surge de cada botella de D'Yquem.

Garbay también recordó que los nuevos propietarios de la bodega han mantenido los mismos métodos y una idéntica política de calidad a los que durante cuatro siglos aplicó la familia que era propietaria del pago antes de LVMH. Sólo ha habido alguna excepción, como la decisión tomada por Pierre Lurton en 2004 de reducir de tres a dos años el proceso de envejecimiento en barrica para hacer hincapié en la frutalidad de los vinos.

Después llegó el momento de catar estas maravillas llegadas desde Francia y que salen al mercado de forma muy reducida, ya que cada la producción anual es de apenas unas 100.000 botellas.

La primera 'millésime' que se sirvió fue la de 2007, la última embotellada -en febrero de este mismo año-, fruto de una gran vendimia y aún joven, tanto que hizo exclamar al sumiller Bruno Murciano que «abrir estas botellas era un sacrilegio». Y es que estos caldos pueden envejecer hasta 100 años más una vez envasados.

Luego llegó el turno de los vinos de 2000, «una cosecha que no fue buena y en la que se desechó el 80% de la uva», pero que dio a luz a un vino con personalidad y que gana con el paso de los años.

La de 1996 corresponde a una añada «académica» de suaves temperaturas, y sólo el calor de ayer en Jerez impidió disfrutar de todos los matices de un vino que ayer se mostró «más tímido de lo habitual», según Campo y Murciano.

Y llegó el momento de probar la 'millésime' de 1990, una de las tres legendarias junto a las de 1988 y 1989, de un color más oscuro, como de oro viejo, y que fue el broche perfecto a la cata magistral.