EL RAYO VERDE

LA VIEJA Y QUERIDA LIBERTAD DE IMPRENTA

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No he podido asistir a las sesiones del congreso mundial de periodismo que se ha celebrado esta semana en Cádiz porque tenía que trabajar. Es lo que tiene este oficio, para quien lo ejerce, que la hora de cierre impone una soberana dictadura ante la que no cabe rebelarse y el trabajo a tarea obliga a aplazar todo lo que no sea imprescindible. He seguido con interés los programas, con una cierta extrañeza por la elección de los temas y una notable decepción por lo que ha trascendido de las reuniones, pero sin duda elogio la mayor: el soberbio esfuerzo realizado por la Asociación de la Prensa de Cádiz para traer a la ciudad y a San Fernando unos cuantos cientos de periodistas de todo el mundo y reclamar ante ellos la toponimia de la libertad de imprenta.

El martes, en la inauguración, formaron sobre las tablas del Teatro de las Cortes Teresa Fernández de la Vega, vicepresidenta primera y encargada de la comunicación del Gobierno; Luis Pizarro, el consejero de Gobernación y Justicia, el alcalde de San Fernando, Manuel María de Bernardo, y los organizadores, el presidente de la FIP, Jim Boumelha, y el de la Asociación de la Prensa de Cádiz, Fernando Santiago, mientras en el patio de butacas se iba componiendo una sugerente foto de periodistas, (sobre todo veteranos, constaté con alivio) de todas las razas, lenguas, religiones y tocados. Esa pluralidad se me antojó la verdadera dimensión del evento que empezaba y un prometedor preludio de lo que nos espera en nuestro deseado Doce, la conmemoración que ahora Gabriel Almagro se encarga de «cronogramar» con entusiasmo, por encargo de Pizarro, para desmentir a agoreros como yo. Dije que ojalá me equivoque, y es lo que quisiera, tragarme mis pronósticos. Pero ya hablaremos de eso.

Ahora estamos en el Teatro de las Cortes isleño y recordamos, como hizo Fernández de la Vega, aquellas veinte palabras allí nacidas, que cambiaron nuestra historia hace 200 años: «Todos los españoles tienen libertad de escribir, imprimir y publicar sus ideas políticas sin necesidad de revisión, licencia o aprobación». Fue hermoso escucharlo en aquel escenario tan simbólico, ante algunos periodistas amenazados por ejercer libremente su oficio en diversos países -la propia vicepresidenta reconoció que la libertad de prensa es más la excepción que la regla, en el mundo y en la historia- y ante otros más sometidos a la implacable censura del mercado, cuando no a la doble presión de la política y la economía, a veces sutil y otras no tan sutilmente enlazadas, como fue magnífico que lo oyeran al mismo tiempo diversos representantes institucionales sentados en el patio de butacas.

No corren buenos tiempos para el periodismo, como para casi nada. Le toca sufrir todos los males de la modernidad -la falta de convicciones, la doble moral, el peso del poder, la prisa, el sectarismo, la tecnificación- pero también ofrece una oportunidad, un tablero de juego para el entendimiento, el progreso, la democracia. Sostenerlo, fortalecerlo, también reclamar que cumpla su papel con rigor, incumbe a toda la sociedad. «La libertad de los periodistas es la de todos», dijo el Príncipe.