SUSPENSE
Actualizado: GuardarEl Cádiz comienza a ponerse las pilas conforme la situación se ha ido torciendo y llegamos al último suspiro de esta temporada con un equipo dispuesto a hacer unos deberes que pudo haber finiquitado hace muchos meses, evitándole así a su afición otro amargo trago. Resulta muy sospechoso que el equipo se deje ir de una manera tan sorprendente que ni el propio Víctor Espárrago sea capaz de averiguar dónde se ha metido realmente, y cuánto ha cambiado esta entidad desde su última etapa gaditana. Pero estas son las cosas de un club acostumbrado en los últimos años a jugar con fuego más de la cuenta, lo que le ha provocado en alguna que otra ocasión quemaduras de tal grado que ha acabado incluso perdiendo la categoría. Para muchos no habrá explicación lógica. Esto es algo que se lleva en los colores y por eso precisamente se acuñó la leyenda del milagro cadista cuando todos lo daban por defenestrado y al final resurgía cual ave fénix o por obra y gracia de Manuel Irigoyen y su buena mano en Madrid. También están los que, dejando a un lado tanta leyenda mediática, intuyen que cuando se llega al borde del precipicio a estas alturas del año es porque las cosas siguen sin hacerse lo bien que deberían. ¿Realmente hay necesidad de someter al cadismo a semejante ejercicio de masoquismo?
Pues con los actuales mimbres no se podía esperar otra primavera que ésta en la que toca, de nuevo, estar con las carnes abiertas y muy pendientes de lo que hacen el resto de los rivales para no irse a Segunda B. Sólo resta esperar que este año sea el definitivo y se tomen las medidas necesarias para que los errores de bulto se vayan corrigiendo y Antonio Muñoz vuelva a recuperar la confianza perdida por quienes pensamos que no debe servir como justificación de los últimos fracasos deportivos que él y sus máximos colaboradores son los únicos que ponen la guita.