Me acordé de pacheco en Ikea
Actualizado: GuardarYa sólo queda un año para las elecciones municipales y me insisten en dos posibles claves de cara a los comicios en Jerez. Por un lado, parece que Pilar Sánchez salvo hecatombe o salvo que sea ella misma la que renuncie a esa posibilidad va a ser la candidata del PSOE a renovar la Alcaldía. No cabe duda de que será harto complicado confeccionar la lista teniendo en cuenta las muchas sensibilidades e intereses existentes en el seno de los socialistas jerezanos, pero me dicen que el partido, pese a las diferencias entre Sánchez y algunos miembros de las direcciones provincial y regional- no quiere arriesgarse ni está dispuesto a asumir el desgaste político que supondría dejar fuera a la actual alcaldesa, la candidata que les dio la mayoría absoluta hace tres años. Por otro lado, suenan tambores de guerra en las huestes pachequiles. En los mentideros políticos de la ciudad se da por segura la vuelta del enorme, ‘el inmatable’, el sempiterno, el cabezota (entiéndase por testarudo). Es seguro que el llamado Foro Ciudadano se convertirá en la nueva bandera política de Pedro Pacheco y es más que probable que él mismo sea el alcaldable de esta nueva propuesta. No tienen muchas más opciones. Un partido nuevo, surgido de las cenizas de los seguidores de Pacheco obtendría menos votos que el Partido del Mutuo Apoyo Romántico (juro que existe, pero no me pregunten por su argumentario o su programa electoral) si no fuese el ex alcalde el candidato. Los fieles al ex alcalde ya están teniendo de hecho reuniones sectoriales para preparar el terreno y allanar el camino hacia las urnas.
Toda esta introducción que les he soltado viene a que ayer me acordé de Pacheco. Si, ya sé que mucha gente se estuvo acordando de él durante muchos años cuando era alcalde, pero no me refiero a ese tipo de recuerdo. El caso es que me vinieron a la mente los parques temáticos que el susodicho quiso levantar sin éxito en Jerez: Sherryworld y Speed Festival. Fue uno de sus grandes fracasos, no poder nunca materializar estos proyectos tan ambiciosos. Quien no oyó hablar de Los Garciagos, o del Edificio Fórmula. Y qué me dicen de Euroamerican. Pero no se preocupe, señor Pacheco, que Jerez ya tiene su propio parque de atracciones y se llama…¡Ikea! No me había pasado por el paraíso del mueble sueco –magníficamente montado, por cierto– desde la inauguración, y ayer se me ocurrió pisar esas tierras. Les sugiero que si se encuentran un poco ‘depre’ o simplemente sienten la necesidad de pasar un buen rato asomen su nariz por allí, porque en estos momentos no hay un lugar más divertido en decenas de kilómetros a la redonda. Además, todo esto tiene fecha de caducidad.
Cuando los jerezanos nos hagamos con el estilo y la forma de venta de Ikea, cuando, como se dice por aquí, le cojamos el tranquillo, ya no tendrá gracia. Vaya por delante que quien suscribe es el primer cazurro a la hora de acercarse a un sitio de estos. Lo primero que vi nada más aparcar fue a tres personas –dos hombres y una mujer– intentando con escasa fortuna y gran comicidad subir unos tableros a la baca de un coche. Y que no podían, oiga. Adelante, atrás, de una forma, de otra… y que no. Desde aquí le recomiendo fervientemente a Ikea que contrate a Martín Gómez y lo ponga en los aparcamientos para que vaya guiando a la gente cuando tiene que llevarse los muebles en el coche. «Esa derecha adelante, esa izquierda atrás… ¡menos!... vale, bueno, ole de verdad que bien estáis llevando esa estantería Stronkholm». Sería una inyección de moral para las criaturitas. Una vez dentro de las instalaciones vi de todo, pero por destacar algo me llamó especialmente la atención un matrimonio ya entradito en años que, pobrecitos míos, debían llevar desde las doce de la mañana dando vueltas y eran ya las siete de la tarde. Una amable dependiente les estaba explicando de nuevo –no parecía que fuese la primera vez– que no se podían llevar ese sofá tan bonito que estaba en exposición, que tenían que tomar nota de la referencia y recogerlo después en los almacenes. «Oiga ¿y ustedes por qué no nos dan un curso de tres o cuatro días antes de venir a comprar aquí?». Fue la pregunta del buen hombre cuando la señorita terminó de contarle cómo funcionaba aquello. Para mí que este señor sigue todavía a esta hora intentando encontrar la salida de la tienda. Llevaba una gorrita en la que se podía leer: «Soy español». Y estoy seguro de que no estaba haciéndose el sueco.