Hoja de ruta
En caso de la derrota del terrorismo nadie tiene derecho a atribuírsela en exclusiva
Actualizado: GuardarTodos los finales auguran el comienzo de algo, aunque sea el comienzo de una ausencia. Y el final de ETA no será una excepción. Hay que estar preparados para el día, previsiblemente no lejano, en que la banda deponga las armas con independencia de que sus motivos sean la derrota, la fatiga o la menos probable renuncia convencida. Es lo que ha venido a recordar estos días la Fundación Fernando Buesa: la necesidad de elaborar una hoja de ruta para no cometer errores de última hora que vuelvan a abrir heridas en la lastimada sociedad vasca. Nos costó tiempo entender que la lucha contra el enemigo terrorista era también una lucha contra otro enemigo interior, el olvido. A veces se trataba de un olvido cobarde e insolidario que dejaba desamparadas a las víctimas, pero en otras ocasiones la desmemoria venía engendrada por el instinto de supervivencia. A la desolación del crimen le sucedía una apresurada liquidación de los ciclos del duelo, como si tratásemos de conjurar así los riesgos de nuevos atentados, o de apagar el mal de fondo que devoraba todo el cuerpo de una sociedad enferma.
Ahora el olvido es de otra clase. La aproximación paulatina a una normalidad sin sobresaltos nos ha alejado el recuerdo del sufrimiento. El ansia generalizada de vivir sin terrorismo hace que veamos los actos terroristas como si estuvieran sepultados en el remoto pretérito de unas hemerotecas amarillentas o de unos libros de historia descatalogados. No deja de ser una respuesta natural y hasta cierto punto saludable, pero al mismo tiempo puede llevarnos a cometer nuevos errores. Lo dice la llamada de la Fundación: el final de ETA no puede producirse a cualquier precio. O, lo que es lo mismo, no tiene que haber ninguna clase de contrapartida política, ningún desprecio a las víctimas, ningún reconocimiento tramposo.
Pero a esta advertencia se añade otra no menos importante, dirigida a quienes sientan la tentación de colgarse medallas. A veces el deseo de éxito a toda costa enturbia el éxito mismo. La talla de un buen político no se mide tanto por sus triunfos como por la manera de gestionarlos, y en el caso de la derrota del terrorismo nadie tiene derecho a atribuírsela en exclusiva. Será una victoria de muchos -no de todos, desde luego, pero tampoco de uno o de unos pocos-. Y una vez cumplidos estos requisitos, la Fundación deja la puerta abierta a la reinserción de los delincuentes arrepentidos, un proceso nada sencillo si se acomete con las obligadas dosis de cautela y clemencia, exigencia y generosidad, justicia y firmeza. Queda tarea por hacer, pues, y abundante. La Fundación Fernando Buesa ha vuelto a alzar la voz con valentía y acierto, esta vez para evitar que la esperanza quede empañada por la torpeza o el oportunismo. Ojalá todos los agentes comprometidos en la nueva etapa sepan estar a su altura.