Enemigo Al-Qaida
Actualizado: GuardarEl ajuste presupuestario con que el Gobierno cumple los requerimientos europeos de acelerar la consolidación fiscal para que la Eurozona recupere la estabilidad y genere confianza en los mercados salió adelante ayer por un solo voto, con el único apoyo del PSOE y gracias a la abstención desganada de CiU, CC y UPN. El escaso acierto del Ejecutivo, que improvisó precipitadamente un recorte opinable, sin consenso y pésimamente explicado a la opinión pública, a punto ha estado de causar gravísimas lesiones a este país, que, de no superar la prueba de ayer, se hubiera encontrado con un pie en el estribo de la Unión Económica y Monetaria, las Bolsas hundidas y serias dificultades para refinanciar su deuda. El Partido Popular, que alienta fundadas expectativas electorales tras el prolongado desconcierto gubernamental, tenía razones poderosas para no secundar al Ejecutivo después de su gestión desastrosa de la crisis. Sin embargo, lo que estaba ayer en juego no era sólo, ni principalmente, la supervivencia de un gobierno seriamente desgastado por la recesión: si el ajuste hubiera fracasado, España hubiese padecido un revolcón histórico de muy difícil compostura. No fue, pues, razonable que el principal partido de la oposición dejara en manos de las minorías nacionalistas la suerte del país. CiU, en cambio, sí mostró una vez más su proverbial sentido del Estado. El Gobierno transmitió ayer una impresión terminal que el portavoz de CiU, Duran i Lleida, enfatizó acertadamente al justificar su abstención que, por la mínima, daba vía libre al recorte del gasto. Y esta decadencia agónica de la actual mayoría justifica sobradamente una anticipación electoral, ya que con toda evidencia este Ejecutivo no será capaz de sacar adelante los próximos Presupuestos del Estado, que han de ser la pauta de la definitiva recuperación. El recurso a las urnas es ya la única vía para conseguir lo que el país necesita en este momento: un gobierno fuerte y un liderazgo firme, capaces de emprender las reformas pendientes y de poner en pie a una sociedad visiblemente deprimida y atemorizada, no tanto por la propia crisis cuanto por la indecisión y la debilidad de quienes no parecen capaces de conducir la nave a buen puerto.
El eje central de la nueva Estrategia de Seguridad Nacional de la Administración Obama que da por abolida la expresión «guerra contra el terror» sustituyéndola por la constatación más real de guerra contra Al-Qaida parece abrir un nuevo rumbo más acertado en su política exterior. El equipo del presidente rectifica los pilares de la era Bush y explícita que su guerra no es contra los terroristas en tanto que delincuentes ni mucho menos contra el islam. Tras el atroz atentado de Nueva York en 2001, el Gobierno Bush optó por enfatizar la batalla contra los autores de la matanza y sus cómplices y acuñó la fórmula mundialmente difundida desde entonces de 'war on terror' (guerra contra el terror) además de defender el recurso a eventuales ataques militares preventivos. El equipo Obama opta hoy por el multilateralismo, los factores nacionales, incluida la fortaleza económica e institucional como elementos clave en el desempeño internacional y por aclarar de una vez la cuestión clave: todo contra Al-Qaida pero todo con nuestros aliados y prioridad por los medios diplomáticos.