Pepe Antonio: In Memoriam
ABOGADO Y DOCTOR EN DERECHO Actualizado: GuardarLe he pedido a los compañeros del periódico que me dejen un hueco más grande para escribir de ti, hermano y amigo Pepe Antonio, porque mi habitual espacio sabatino se iba a quedar pequeño para tu envergadura. Y aquí estoy, entristecido por tu ausencia, como tantos amigos que te conocimos, y en este Lunes Pentecostal en el que la Blanca Paloma ha vuelto a bendecir por la aldea a los hombres, mujeres y niños de buena voluntad que se acercan a Ella. Aquí estoy yo, Pepe, este amigo tuyo en la tierra de María Santísima, acostumbrándome malamente a tu ausencia, con tu número aun colgado en la agenda de mi Blackberry ese número que tantas veces pulsé para llamarte, en esas «conversaciones secretas» que tanto nos hacían reír, y de las que asegurábamos que si salieran a la luz serían un éxito editorial sin precedentes. Y es que en ellas se mezclaban de modo extraordinariamente improvisado, latinajos y aforismos del derecho, recuerdos de los maestros universitarios, referencias históricas, cachondeos varios con gotas culteranas, análisis políticos, versos por aquí y por allá, metáforas sensualistas sobre las «hembras fermosas» y, todo ello, con el remate de asegurar con nombres y apellidos cuantos de seguro no podrían entender ni la mitad de lo que hablábamos. ¿Te acuerdas Pepe? Lo que 'natura non dat'.
Como ves, esta columna que hoy se alza, y que he construido con el primor y la elegancia con la que tú te vestías de nazareno, lleva el latín incorporado al título, ese latín de la vieja y eterna Roma, en la que un día besaste la mano del Santo Padre Juan Pablo II. Tenías aquella foto en el abigarrado panel frente a tu escritorio, donde acumulabas recuerdos de alumnos que te mandaban sus instantáneas. Ese cuarto grande, en perfecto y ordenado desorden, con restos de mudanzas y reestructuraciones inmobiliarias de tu casa de la calle Porvera.
Recuerdo ahora, con la emoción de tu partida, el cabezal de tu cama con el escapulario y tus medallas, y aquel cuarto de baño hecho a tus medidas en el que siempre tenías la radio a punto. Era el sello inconfundible del buen informador, del hombre de radio, como me recordaste un día en el que Mati y yo os invitamos a Vicky y a ti a nuestro domicilio conyugal, y viste también mi pequeña radio en lo alto del mueble de nuestro baño. ¡Como te gustaba pasar revista y alabar esto o aquello, y censurar lo otro, para así conceder el diploma de la elegancia y las cosas bien hechas! En el tropel de recuerdos que ahora me invaden, te veo siempre alegre y dispuesto, luchando en nuestras Hermandades y en la Juventud Cofrade, tocando la guitarra en las convivencias y diciéndome, una lejana tarde del otoño jerezano, cuando comenzábamos a conocernos: me dicen que cantas bien por Julio. A ver si nos reunimos y cantamos unas canciones varias. Luego vinieron tantas cosas que es imposible reunirlas aquí, salvo las que ahora estructuro luchando con mi pena, que es pena de un Jerez que siempre te llevará en el corazón. Vino aquel audiovisual de Manolo Vargas con versos de Manuel Moure, que grabamos un septiembre caluroso en los estudios de Radio Jerez. Y vino mi debut como pregonero en el Cristo del Amor, y mi otro estreno de informador cofrade en Canal Sur Radio, lugar que ocupé porque alguien llegó hasta tí y tú diste mi nombre para esa casa que desde 1991 sigue siendo mi lugar radiofónico cofradiero. Ese lugar al que tú llevabas las torrijas de tu madre para nuestra tertulia de los medios, aquella que un día el amigo Cañadas bautizó como 'Tertulia de Enriquito', porque aquel viernes de cuaresma estaba mi hijo recién nacido. El otro día, le dije que ya no estabas, que te habías ido al cielo y aquella noche rezó por ti antes de acostarse. Él te quería mucho y tú le correspondías siempre. Debo decir con orgullo que tu casa fue siempre como la mía. Si tuviera que quedarme con un puñado de recuerdos, ten por seguro que los ratos en tu casa siempre estarían. Esas noches de Año Nuevo con tantos amigos, aquellas otras con menos, en las que simulábamos un fiestorrón de aupa pegados a las ventanas, para que nos vieran los que venían de vuelta de monótonos cotillones, las torrijas a los pregoneros, las de trabajo cofradiero (ya me entiendes.), las cosas que contaba tu primo Manolo, las novedades de Martín...
Recuerdo ahora a tu madre, Encarnita, a la que hiciste la más perfecta crónica social y de cotilleo sano que pudiera haberse hecho de mi boda. Tú eras, Pepe, hombre de fe, y debo resaltarlo como cualidad superlativa de tu personalidad. Heredaste la fe de tus mayores, como decimos los abogados, no a beneficio de inventario, sino pura y simple. Con sus cargas y con sus rentas. Y la llevaste con libertad, con dignidad y con orgullo. Con ella recibías a Cristo en Santo Domingo, tantas tardes dominicales en tu banco del fondo. Con esa Fe subiste a los atriles pregoneros a cantar la Navidad en San Telmo, y a tus Titulares en la Oración Poética. Con esa fe pregonaste el Rocío en La Concha y recreaste las Siete Palabras junto al Cristo de la Expiración. Con esa fe fuiste el más veterano Fiscal de Misterio de nuestra Semana Santa, y con ella te asomabas a los micrófonos de la cadena ser desde tu 'trabajadera'. En ella nos abriste el camino a muchos y nos enseñaste a estar delante de un micrófono. Y delante de los pasos. Y en las arenas del Coto, y en la Aldea almonteña, y delante de la Blanca Paloma. Tu fe de cristiano viejo, ahora tan en entredicho gracias a la laicidad beligerante de los apóstoles de la falsa tolerancia, es a la que ahora nos agarramos cuando ya no estás entre nosotros. Con esa fe, yo ahora, amigo y hermano, te pido que desde esas marismas azules, desde ese palquillo de honor de la Gloria, en la que estarás con Pepe Luna, Manolito, tus padres y todos los buenos cofrades y rocieros, nos eches una mano a los que andamos por la tierra con tu memoria pegada a nuestro corazón, y que desde allí, veles por todos nosotros, y cuando llegue el Domingo de Pasión del año que viene, des un pregón de la Semana Santa de categoría que ponga de pie a los Ángeles y a los Santos, y que te lleven a hombros los viejos costaleros del Huerto entre ovaciones y palmas por bulerías, mientras suenan saetas de Gloria junto a Cristo Resucitado.
Que Dios te bendiga pregonero, hermano y amigo Pepe. Hasta que nos veamos. Un abrazo de tu tamaño.