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El fin del 'oro rojo'
Los últimos agricultores cierran la campaña en las 11 hectáreas que quedan, de las 400 que había en 2001 'El cultivo milagro' de la fresa acaba en desastre
PUERTO SERRANO. Actualizado: GuardarEl invernadero, comido por matas de ballijo, avena y escardanchas, demuestra que los milagros no existen. Junto a la antigua carretera de Villamartín corre, casi seco, el arroyo de Siré. Unos metros más allá se apilan los plásticos. Hay maquinaria abandonada, sacos rotos, hierros torcidos... El paisaje es un fresco desolador. Cantan las chicharras, al sol del mediodía, y los últimos peones de la parcela de El Gato se aplican en ordenar los restos del naufragio. La temporada de la fresa en la Sierra acabó el pasado 18 de mayo. El balance es tan negro, tan definitivo, que puede que no haya otra.
Esta historia tiene un antes y un después, como en esos anuncios en los que se enfrentan dos imágenes superpuestas, pasado y presente, y el espectador juega a buscar las diferencias. En 2001 había más de 400 hectáreas de fresa en la comarca, repartidas en 70 parcelas que se extendían por Puerto Serrano, Bornos, Arcos, Villamartín, Torre Alháquime y Algodonales. El cultivo, ecológico y sin mecanizar, logró invertir el flujo de emigrantes temporeros. Casi 4.000 jornales diarios convirtieron a esta tierra -hecha a la agricultura de subsistencia, la despoblación y el subsidio-, en receptora de trabajadores. Los datos del Inem arrojaron, por primera vez, un saldo positivo. La prensa habló del 'oro rojo', del 'milagro' de la fresa de la pequeña Huelva, de la futura Almería. En 2010, los seis productores que han aguantado hasta el final, aferrados casi por inercia a sus once hectáreas, han decidido arrojar la toalla. Toca empezar de nuevo. La gran esperanza de la Sierra es ahora un revoltijo de cubiertas sucias, alambres mohosos, plantas secas y facturas sin pagar.
«La idea era buena», dice Francisco Pérez, como justificando su empeño. «En vez de ir nosotros a Huelva, a recoger la fresa, quisimos traernos la fresa aquí». En 1997 se hicieron los estudios previos. A modo de experiencia piloto, los agricultores de la Cooperativa El Picacho sembraron, bajo patrocinio municipal, espárragos verdes, trigueros, productos de huerta, flores de invernadero y fresas. Los primeros 400 plantones dieron 1.200 kilos por mata. Lo habitual, en Huelva, es que no superen los 800. El margen de rentabilidad del producto es muy superior al del trigo, la remolacha o el olivar. Y genera más mano de obra.
La voz se corrió. En 1999, el ansia de los antiguos jornaleros por evitar la inmigración y el cansancio de los pequeños agricultores, hartos de los escasos beneficios que rendían los cultivos herbáceos, confluyeron en la creación de la Cooperativa La Bolichera. Se trataba de plantar, recoger y distribuir las fresas sin intermediarios. La inversión fue brutal, pero las instalaciones albergaron, en la primera temporada de los cooperativistas, más de doce millones de kilos. Además, la bonanza del clima ofrecía a la Sierra una pequeña ventaja: la fresa francesa se recoge en marzo, y todavía no había productores en Marruecos, así que los mercados internacionales pagaban las primeras cosechas (diciembre o enero) a precio de manjar. El 75% de la producción se destinaba a Inglaterra, Alemania, Suecia, Dinamarca, Holanda y Austria. Al calor del éxito, surgieron otras sociedades, como Puerto Sierra. Se abrió una planta de frío en Bornos, y se proyectó otra para Arcos.
El símbolo
Prendió la euforia. Juan Borrego lo recuerda como una fiebre. «Todo el mundo quería plantar fresas. La hilera de remolques para descargar llegaba hasta el cruce». El 'boom' coincidió con el auge de la construcción en la Costa del Sol. Si en 1991 el 'Informe Banesto' situaba a Puerto Serrano como el último municipio de la provincia en cuanto a nivel de renta, en el año 2000 lo colocó en la posición número 25. Había escalado 19 puestos. Los ingresos familiares medios se habían cuadruplicado en menos de una década. Quedaba lugar para la esperanza. El modelo se copió, con matices, en otras poblaciones. «Lo importante de la fresa es que tuvo un gran valor simbólico. Es como si le hubiéramos dicho a los jornaleros y agricultores de la comarca que no había que conformarse, que era posible innovar, emprender, que había que tener algo más de ambición, un poco más de amplitud de miras, que había que arriesgarse», explica Pedro Ruiz, alcalde de la localidad.
La fresa abrió la puerta al brócoli, las nectarinas, la frambuesa, los tomates en macroinvernadero, los pimientos y las berenjenas. Pero todo esto se esfumó.
La campaña de 2002 fue un desastre. Un temporal de agua y viento arrancó los plásticos, anegó la tierra y pudrió la planta. El problema, como apunta Francisco Mariscal, otro de los freseros veteranos, es que no había fondo acumulado para hacer frente a un batacazo de este calibre. «Llevábamos tres años invirtiendo los beneficios para consolidar el cultivo, y no teníamos recursos para renovar el material tan pronto». A los productores de Huelva les pasó lo mismo, «pero ellos sí pudieron responder, porque la mayoría son latifundistas o empresas con tres y cuatro décadas de antigüedad, con dinero suficiente como para recuperarse de una mala temporada». Para colmo, las parcelas de la Sierra no estaban aseguradas.
El 'crac'
«Las primas son muy caras», argumenta Francisco Pérez, conocido como 'El Gato'. «A los que tengan cien hectáreas de fresa les puede convenir, pero a nosotros no. Además, los peritos nunca te evalúan los daños sobre el terreno, sino que se basan en los medidores de viento que hay en Villamartín y El Bosque. Si un torbellino te arranca los hierros aquí, pero allí marca que no superó los 40 kilómetros por hora, no te pagan lo pactado».
Muchos abandonaron el tajo ese mismo año, incapaces de afrontar los préstamos que habían solicitado para embarcarse en la aventura. La superficie, en 2003, se redujo a la mitad. En 2004 comenzaron a funcionar, a pleno rendimiento, las explotaciones de fresa en Marruecos, patrocinadas por empresarios andaluces y navarros. La competencia terminó por liquidar la iniciativa. «Allí se pagan sueldos de cinco euros al día», dice Mariscal. «Llegan a los mercados internacionales antes, y con un coste de producción menor, así que pueden permitirse tirar los precios». La fresa dejó de ser rentable. La Bolichera echó el cierre. Más de 50 agricultores se vieron endeudados hasta las cejas. Algunos tuvieron que venderlo todo para eludir el embargo.
Juan Borrego, que había empezado con diez hectáreas, las dejó en una. «Y he aguantado con ésa, más por cabezonería que por otra cosa. Este año, para mí y para todos, ha sido un fiasco».
Francisco Pérez, mientras observa a los peones rematar la limpieza de los surcos, se hace unas cuantas preguntas: «Si demostramos que la experiencia podría funcionar con algo de ayuda, ¿por qué nos dieron la espalda? Si fuimos capaces de dar empleo a media Sierra y acabar con la emigración a Huelva, ¿por qué no nos echaron un cable en el primer temporal, en vez de dejar que todo se hundiera? No queríamos hacernos ricos. Queríamos quedarnos en casa».
En 2009 sólo había 18 hectáreas cultivadas de fresa en la provincia. A las once de 2010 les ha dado la puntilla otro temporal, el que inundó medio Cádiz a principios de año. «A lo mejor ahora sí nos dan un dinerillo, antes de que lleguen las elecciones».
La mayoría de los 'supervivientes' ya ha renunciado a insistir en 2011. Un par de ellos se lo están pensando. «Todavía hay que hacer las cuentas totales, ver lo que se ha perdido y estudiar lo que habrá que invertir para levantar la próxima cosecha. Otro palo más puede dejarme en la ruina».
El ideal de una tierra productiva y autosuficiente, capaz de rentabilizar sus recursos endógenos y acabar con el lastre del subdesarrollo, está otra vez visto para sentencia. Como dice Francisco Pérez: «A los pobres ya no nos dejan ni soñar».