El peregrino, un hombre de fe
Caminan, sudan, se cansan, mientras que al resto lo unico que puede pasarles es que tengan que sacarles un tractor Son de admirar todas aquellas personas que deciden realizar la ruta andando hasta el Rocío
DOÑANA. Actualizado: GuardarTengo cuatro amigos a los que he ido amenazando durante todo el camino. Cuatro hombres a los que miro con la admiración que siente alguien que no se ve capaz, o no tiene la fe de los que lo hacen. Cuatro amigos que este año se han propuesto llegar hasta la Ermita andando, olvidándose de los rengues, de las sevillanas, de los cantes, de la cerveza, del vino.
Cuatro buenos rocieros, que pretendían subirse a un coche en la Laguna del Sopetón para poder disfrutar de una noche más en la Aldea con su gente, y que ante las amenazas, siempre cariñosas, de quien ahora mismo leen, han decidido hacer dos etapas en un sólo día. Desde Carboneras hasta la Ermita del Rocío. Andando, con sol, sin fuerzas. Pero con fe. Fe en María, fe en sus compañeros, fe en el Pastorcito Divino, fe en todo. Fe, y nada más que fe.
Ellos no saben que aunque se hubieran montado en el Sopetón, mi artículo hubiera sido el mismo. Aunque uno se haya tenido que marchar para Jerez, mi admiración es la misma. Porque es de admirar lo que han conseguido los cuarenta hombres que se han calzado el zapato más cómodo que tenían en su casa, y se han puesto a caminar para ver a la Virgen. El mismo camino que las carretas, que los todoterrenos. Las mismas arenas, el mismo calor... Todo igual, salvo que ellos andan, sudan, se cansan, mientras que al resto lo único que puede pasarles es que tenga que sacarles un tractor.
Gente con fe. Con fe de la de verdad. Gente que tiene un motivo para andar los kilómetros que separan Jerez del Rocío. Peregrinos que saben que en la Ermita está la solución, la esperanza a todos sus problemas. Y por eso, su determinación de seguir caminando pese a que el resto les invite a desistir, a montarse en un coche. A tomar el camino fácil. A ser cobardes, a quedarse a medias...
No ellos cuatro. No los cuarenta que este año han ido caminando. No los que van andando agarrados al Simpecado. No ellos. Gente de ley, de las que se viste por los pies. En los que se puede confiar, porque llevan su verdad hasta el extremo. Para ellos va este reconocimiento, este humilde reconocimiento. Para ellos estas palabras de ánimo cuando sus pasos están más cerca que nunca de la Blanca Paloma. Viendo su ambiente, su camaradería, su amistad, su solidaridad, se entiende y de qué manera los valores propios que han hecho de la romería del Rocío un momento único para afianzar los lazos de unión que ya se tengan, o para crear nuevos. Representan las mejores virtudes del buen rociero, todos ellos. Simbolizan con su simple presencia el esfuerzo y la devoción, la fe y el compañerismo, virtudes todas obligatorias para comprender lo que es el Rocío.
Así que ahora que ya estarán llegando, que sus gotas de sudor se acaban, sirvan estas lineas para que todos valoren la valentía de unos rocieros que han dado todo por la Virgen. Ellos podrán mirar, sin duda, a los ojos al Pastorcito Divino y decirle que sí, que le han amado como decía el Evangelio que se leyó en el Cerro de los Ansares. Ellos podrán decirle a la Virgen que sí, que han cumplido, y que ahora le toca a Ella cuidarlos y velar por su gente durante 360 días. Los que quedan para que estos 40 peregrinos, más alguno más seguro, se pongan en camino el año que viene. Y apuesten lo que quieran, que entre los cuarenta, repetirán los cuatro amigos de los que les he hablado.