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Muerte accidental del 'thatcherismo'
Cameron se ha servido del liberal Clegg para aislar a la facción más dura del conservadurismo, heredera de la 'Dama de Hierro'
LONDRES. Actualizado: GuardarEl nuevo primer ministro británico, David Cameron, que sigue la tradición de conservadores de viejas familias ricas, preocupados más por detentar el poder que por la extensión de estrictas ideologías, ha aprovechado esta semana el resultado de las elecciones celebradas el pasado día 6 para aislar a la facción más 'thatcherista' de su partido y alinearlo con un liberalismo reformista. La reconstrucción de las negociaciones para la formación de un Gobierno de coalición demuestra que Cameron buscó el acuerdo con los liberaldemócratas de Nick Clegg cuando ya no los necesitaba.
Por el testimonio de un fotógrafo del diario 'The Guardian' que retrataba en el interior del 10 de Downing Street las últimas horas de la era laborista se ha sabido que Clegg pedía por teléfono al todavía jefe de Gobierno, Gordon Brown, que se mantuviese en su residencia, a pesar de que las conversaciones entre ambos partidos habían ya fracasado, para tener fuerza ante Cameron. Ése fue el desenlace de la negociación del «único acuerdo posible», según lo describió ayer Clegg en un artículo para el mismo diario. Su argumento es que la aritmética parlamentaria obligaba a los liberales a entrar en una coalición y a que fuese con los conservadores.
Pero Clegg redujo inicialmente sus opciones al postular durante la campaña que el partido más votado adquiría el derecho a ser el primero en intentar la formación de un Gobierno, a pesar de que la práctica constitucional establece que cuando ninguno obtiene mayoría absoluta el 'premier' sigue en ejercicio hasta que haya una alternativa. Los resultados dejaron a los tres líderes tocados. A Brown abocado a la dimisión. A Clegg con necesidad de explicar por qué decayó tanto tras su éxito en el primer debate en televisión. Y a Cameron le hacía vulnerable ante las críticas de, por ejemplo, Norman Tebbit, ex ministro de Margaret Thatcher y político de una corriente conservadora que ve al líder como un 'blairista' mediático y carente de principios.
Cameron llamó a Clegg inmediatamente después de conocerse los resultados en la mañana del viernes y ese mismo día el liberal, que no podía contradecirse, entró en una negociación unilateral para desbancar a Brown. Sucesivas reuniones durante el fin de semana se cerraron con confirmaciones de progreso hasta que, el lunes, Clegg llamó al líder laborista para pedir la apertura de una negociación. La petición causó desconcierto general y graves insultos en la prensa 'tory'. A otros pareció que el liberal se había convertido en el hombre fuerte de la política británica. Brown anunció su dimisión para hacer posible un acuerdo 'lib-lab', porque así lo exigía Clegg, y los conservadores ofrecieron públicamente a sus interlocutores en las 48 horas anteriores la celebración de un referéndum para cambiar el sistema electoral mayoritario actual.
Los liberales tenían un buen argumento sobre el cambio porque sus votantes -el 23% del electorado- tenían en el poder legislativo de la nación el 8,7% de los escaños, mientras el 36,1% que vota conservador obtenía el 46,8 % del poder en los Comunes y el 29%, que vota laborista, el 39,7%. La oferta de los 'tories' -obligar a su grupo parlamentario a votar favorablemente una propuesta de ley de celebración de un referéndum en el que los propios conservadores harían campaña contra el cambio hacia un nuevo sistema, no proporcional y que produciría sólo un leve aumento de los escaños liberales- planteaba incógnitas sobre si tenía la fuerza para representar el cambio que Clegg decía liderar.
Hablar con Brown
Se ha sabido ahora -lo desveló ayer 'The Times'- que durante las negociaciones entre conservadores y liberaldemócratas, el segundo de Clegg, Vince Cable, conversó varias veces con Brown convencido de que su partido tenía que hablar también con los laboristas. Otros liberales eran de la misma opinión, aunque formar una coalición 'lib-lab' no tuviese realmente demasiado sentido dada la aritmética del nuevo Parlamento. La estrategia negociadora de Clegg había dejado al partido atado a los conservadores y, tras el giro súbito del lunes y el pronto fracaso de las conversaciones con los laboristas, en una posición precaria. Mientras 'libdems' y 'tories' negociaban su acuerdo final de gobierno en la tarde del martes, Clegg llamaba por teléfono a Brown para que se mantuviera en Downing Street, el apoyo que le quedaba para extraer alguna concesión adicional de Cameron.
Desde la mañana del viernes, el líder conservador sabía que el sector más crítico de su partido iba a cobrar su precio porque se ha rodeado de un grupo de jóvenes reformadores que han menospreciado ideas que formaban parte central de sus valores desde los años ochenta. Ahora tendrían que explicar cómo era posible que, tras trece años de laborismo, el partido no ganaba las elecciones y había arrojado una enorme diferencia en los sondeos con una campaña que no hizo hincapié en asuntos como la inmigración o Europa, que avivan el sentimiento conservador.
Ese grupo, con Tebbit como comentarista público, conminaba a Cameron a formar un Ejecutivo monocolor, a aplicar el programa conservador y a retar a liberales y laboristas a que se atrevieran a unirse en la oposición para derribar al Gobierno en una grave crisis económica y acudir después a unas elecciones con ambos partidos arruinados por los gastos. En la tarde del martes, la estrategia de Clegg había hecho posible ese Ejecutivo 'tory'. La constitución dejó a Brown en Downing Street; Cameron no podía echarle, pero el liberal exigió que se marchase para hablar con los laboristas. Ahora le llamaba para pedirle que se quedarse un rato más porque el líder 'tory' tenía todas las cartas en su mano. Podía entrar también en Downing Street como Gobierno minoritario. No necesitaba a Clegg.
A las cuatro de la tarde del martes, Cameron ofreció cinco puestos en el Gabinete a los liberales, mantuvo las líneas generales del acuerdo que habían alcanzado y se dispuso a liderar un Gobierno de compromiso, que ya no dependía del apoyo de la facción más dura del grupo parlamentario conservador.
El nuevo primer ministro se liberaba así del más pesado lastre con el que quedó tras los resultados de las elecciones y enfocaba la acción del Gobierno abrazando la tradición de poder pragmático y de cohesión social como 'una nación' que los hacendados conservadores tradicionalmente defendieron, hasta que una mujer ambiciosa, Margaret Thatcher, les quitó el poder, hace algo más de treinta años con una ideología más fuerte de meritocracia, recelo del Estado y nacionalismo.