El presidente del Poder Judicial, Carlos Dívar (dcha.), ayer, durante la reunión del pleno extraordinario del CGPJ. :: EFE
ESPAÑA

Un adiós de 40 minutos que acabó en lágrimas

El instructor no pudo aguantar el llanto cuando fue ovacionado y abrazado a las puertas del tribunal por sus compañeros

MADRID. Actualizado: Guardar
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Cuarenta minutos para despedirse de 22 años en la Audiencia Nacional. Un adiós sentido durante el que Baltasar Garzón, a pesar de los esfuerzos, al final no pudo contener las lágrimas cuando se topó en las escaleras del tribunal con casi medio centenar de funcionarios y compañeros que le dedicaron una cerrada ovación. En el interior del coche, ya fuera de los flashes, el juez suspendido fue reconfortado por su esposa, Rosario Molina, quien por un día rompió su firme promesa de no aparecer por el juzgado de la calle Génova.

Los últimos minutos de Garzón en su despacho de la segunda planta del tribunal comenzaron a las 13:19 horas. El secretario general del Consejo General del Poder Judicial, Celso Rodríguez, por deferencia, llamó al juez y al presidente de la Audiencia Nacional, Ángel Juanes, para informarles de la suspensión. Dicen que el juez no mutó el gesto. En ese momento, Garzón interrogaba a uno de los imputados de la 'Operación Pretoria', el empresario catalán Josep Singla. El magistrado se limitó a pedir al constructor y al abogado que abandonaran su despacho.

Íntimos

Para entonces la noticia ya había corrido por los atestados pasillos de la Audiencia Nacional. Los primeros en acudir al despacho de Garzón fueron sus más íntimos amigos, los también jueces instructores Santiago Pedraz y Fernando Andreu, y la fiscal Dolores Delgado, los hasta ayer asiduos compañeros de aperitivo en un bar cercano. Luego, el juzgado se llenó de funcionarios y de otros menos íntimos como los magistrados Manuela Fernández, José Ricardo Prada o Clara Bayarri, los instructores Ismael Moreno y Fernando Grande-Marlaska -otrora amigo, pero con quien ha mantenido algunos desencuentros en los últimos tiempos- o los fiscales Pedro Martínez, Vicente González Mota, Daniel Campos o Ana Noé.

La esposa de Garzón, que ayer no fue a su trabajo en una escuela de secundaria, no perdió detalle de esa despedida ni de, quizás, el momento más emotivo en el interior de la Audiencia Nacional, cuando el abogado Fernando Magán, quien promovió la querella contra el franquismo que le ha costado al juez ser apartado de la carrera, le pidió disculpas de forma lacónica con un «lo siento».

La mirada imperturbable del 'juez estrella' se convertía en vidriosa, pero Garzón aguantaba. No lloró cuando recogió las escasísimas pertenencias que quiso llevarse consigo. Poco antes de las 14:00 horas, el instructor llegaba a la puerta lateral de la Audiencia Nacional, la que da a la calle García Gutiérrez, con la creencia de que había superado el mal trago. Pero nada más lejos de la realidad. Allí le esperaban funcionarios, compañeros y partidarios anónimos y más conocidos, como la abogada Cristina Almeida. Los primeros, que hicieron un pasillo al juez, rompieron en un aplauso. Los segundos, con pancartas de «Torquemada vive» y banderas republicanas, se desgañitaron con gritos de «Garzón, amigo, el pueblo está contigo! Bravo!».

El magistrado hizo amago de subirse al coche blindado acompañado sólo de sus escoltas, pero se lo pensó mejor y volvió a la escalera a darse un baño de multitudes. Y allí afloraron las lágrimas, mal contenidas hasta entonces. Los besos y las muestras de cariño conmovieron al instructor imperturbable, que terminó fundiéndose en un abrazo con Pedraz, mientras los funcionarios, la mayoría de su juzgado, seguían aplaudiendo.El instructor apresuró el paso para no dejar ver sus lágrimas.

Volvió al coche y sólo se paró para saludar a Almeida. Luego en el turismo, dicen los que hablaron con él, siguió llorando, ya sin disimulo.