El Papa Benedicto XVI reza durante su visita al Monasterio de los Jerónimos, en Lisboa. :: EFE
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«El mayor enemigo de la Iglesia no está fuera, sino en su interior», dice el Papa

En el inicio de su viaje a Portugal, Benedicto XVI niega una conspiración por los casos de pederastia

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Benedicto XVI llegó ayer a Lisboa, sumida en una modorra agradable, entre el sol y la lluvia, y paralizada por la visita del pontífice, pero sus primeras palabras, con los periodistas del avión, fueron una violenta sacudida para las inercias del Vaticano. Aunque ha tardado y hasta ahora sólo lo insinuaba, Ratzinger lanzó ayer una desautorización en toda regla a la teoría de la conspiración que un sector conservador de la Curia y de la Iglesia ha esgrimido hasta ahora contra el escándalo de la pederastia en el clero. El Papa no ve que los «ataques» a él mismo y a la Iglesia vengan «de los enemigos de fuera», sino que lo «realmente aterrador» en este momento es que «la más grande persecución nace del pecado en la Iglesia». «Los sufrimientos de la Iglesia vienen justamente desde dentro de la Iglesia», señaló. En consecuencia, concluyó que la Iglesia tiene una «profunda necesidad de reaprender la penitencia, aceptar la purificación, aprender el perdón y también la necesidad de justicia, el perdón no sustituye a la justicia», remachó.

Estas duras palabras no son sólo una autocrítica, van mucho más alla: son una dura réplica dentro de un ajuste de cuentas interno. Juan Pablo II pidió perdón por los errores de la Iglesia en el pasado, y en muchas ocasiones no eran del agrado del sector más conservador. Ahora Ratzinger pide perdón por errores actuales. Eso sí que es una novedad y se puede imaginar lo mal que sienta en esos mismos círculos. Para comprender el alcance de esta carga de profundidad es necesario reconstruir los últimos acontecimientos. Dentro de la Iglesia se libra una gran batalla entre la operación de limpieza sin concesiones que propugna Benedicto XVI y la resistencia de parte de la Curia, secundados por cardenales de distintos países, para quienes admitir las culpas es contraproducente, negativo para la imagen de la Iglesia, y opinan que los trapos sucios se lavan en casa. Los más retrógrados ni siquiera aceptan que la Iglesia pueda someterse a la justicia ordinaria, pues es santa y tiene su propia autonomía.

Esta tensión viene de atrás y es una lacra heredada de Juan Pablo II que ahora supura abiertamente. Ratzinger, como prefecto de Doctrina de la Fe desde 1982, ya chocó con la guardia ultraconservadora de Wojtyla cuando quiso emplear una línea dura en estos casos.

Sucedió en 1995, con el escándalo del entonces cardenal de Viena, Hermann Groer, acusado de pederastia, como ha revelado recientemente su sucesor en la capital austriaca, el respetado cardenal Christopher Schönborn, pupilo del Papa. Según desveló, entonces Ratzinger quiso actuar pero, contrariado, confesó a Schönborn que había ganado «la otra parte». Schönborn dejó ahí su crítica hace un mes al destapar lo ocurrido, pero este fin de semana fue más allá: esa «otra parte» tiene un nombre, la dirigía el secretario de Estado de Juan Pablo II, el anterior 'número dos' de la Santa Sede, Angelo Sodano, actual decano del colegio de cardenales.