Sociedad

Triunfo de Rafaelillo y cogida de Joselillo en San Isidro

MADRID. Actualizado: Guardar
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Había habido fiesta: tres tremendos toros de Dolores Aguirre propicios, de distinto estilo dentro del canon clásico del encaste Atanasio y en su mejor versión; la madurez y el arrojo de Rafaelillo para acoplarse, entenderse y ponerse con dos de esos tres toros, con todos los cuales hubo que saber andar, estar y resolver con listeza; la llamativa falta de sitio de Fernando Cruz con un segundo de Dolores que, demasiado castigado en varas, se puso complicado; un turno sólo peleón de Joselillo con un tercer pupilo de Dolores de los que metieron la cara sin recelarse ni reservas; un bondadoso toro de la línea Torrestrella de Fernando Peña con el que no se centró Fernando Cruz.

Incluso una rara polémica había habido: por negarle a Rafaelillo la oreja del primero de corrida a Rafaelillo el presidente en un recuento exigente de pañuelos; y otra polémica por negársele a Rafael la segunda oreja del cuarto. Esta fue polémica doble: unos protestaban reclamando esa segunda oreja; otros protestaron la oreja por sentir que Rafaelillo renunció a matarlo de estocada. El toro, herido de pinchazo hondo tendido, dobló tras tres capotazos de rueda de banderilleros y Rafaelillo consintió en que fuera apuntillado. Y por eso le pusieron la proa quienes se la pusieron al final de la vuelta al ruedo. Un borrón para lo que estaba siendo un triunfo con ese ruido apoteósico de los domingos de San Isidro.

En el sexto toro, Joselillo decidió abrir faena de largo: en tablas el toro, casi en el platillo el torero. No llegó ni a haber reunión porque el toro se frenó antes de entrar en suerte. A las tablas se vino a faenar Joselillo, pero a merced del toro, que al tercer viaje, como había avisado en los dos previos, hizo por él, lo prendió y le pegó tres palizas terribles -dos en el aire y una en el suelo- y, además, le hirió gravemente en el muslo.