Sobrevivir al creador
Actualizado: GuardarSobrevivir a un nombre mítico es una aventura ciertamente azarosa. Y mucho más para esas marcas del mundo de la moda que deben conciliar las demandas estéticas de la contemporaneidad, los requerimientos competitivos de la industria del lujo y el respeto a la imagen de un fundador desaparecido hace varias décadas. Es el caso de la marca Balenciaga, cuyo creador murió en 1972, tras retirarse y cerrar su taller y todas sus tiendas en 1968, una vez que comprendió que con su avanzada edad ya no iba a poder acompasar su oficio con la revolución impuesta por el prêt-à-porter y las nuevas sociologías en el vestir. No obstante, poco antes de su fallecimiento Cristóbal Balenciaga dictó su última lección magistral, al diseñar el vestido de Carmen Martínez Bordiú en su boda con el duque de Cádiz, celebrada en El Pardo el mismo año 72. Poco después, la casa Balenciaga y su nombre comercial fueron adquiridos por la división de perfumes de la multinacional alemana Hoechst, buscando aprovechar un segmento de negocio estrechamente relacionado con el mundo de la moda. En 1986, la marca volvió a ser adquirida por los perfumistas Jacques y Régine Konckier (Grupo Bogart), quienes intentaron un relanzamiento global del nombre Balenciaga, encargando la decoración de la vieja tienda parisina de la Avenida Georges V a la famosa interiorista André Putman, lanzando nuevos perfumes y poniendo al frente de las colecciones con más pena que gloria al diseñador Josephus Melchior Thimister.
Finalmente, bien entrados los noventa, se hizo con la marca el grupo Gucci, cuya integración posterior en la órbita del poderoso imperio dirigido por François Pinault hizo posible un nuevo relanzamiento, esta vez de la mano del diseñador Nicolas Ghesquiere, quien ha vuelto a situar el nombre de Balenciaga en la primera división de un negocio tan difícil como cambiante.