ESPAÑA

UN SPRINT DE DOCE MESES

Rajoy ha iniciado en mayo el asalto a las autonómicas y municipales, con su perfil más institucional, pero no descarta exigir en el Congreso elecciones anticipadas

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Mariano Rajoy huye de las alabanzas retóricas. Fiel a su doctrina, se afana en fijar prioridades y administrar el tiempo político bajo unas coordenadas que guarda celosamente en su recoveco político más íntimo. Esta semana ha acelerado el paso. Un ímpetu que, según sus allegados, nada tiene que ver con un giro hacia los abismos de la contundencia. «Rajoy es el mismo que hace dos, tres o seis años, lo que ocurre es que, desgraciadamente, España no es la misma y el país necesita actuaciones urgentes y, sobre todo, un Gobierno que gobierne», comenta Jorge Moragas, habituado a compartir horas y confidencias con el líder de los populares, no en vano es el coordinador de Presidencia del partido.

Pese a su apreciación, Rajoy ha sido capaz de proclamarse alternativa de Gobierno en la mismísima Moncloa -donde acudió invitado por José Luis Rodríguez Zapatero- y lo hizo con una determinación que muchos echan en falta en sus intervenciones en el Congreso. Un gesto que en la Presidencia del Gobierno tachó de «mala educación». Es, según fuentes gubernamentales, como «invitar a alguien a cenar a tu casa y al final quiera quedarse con ella».

Estos fecundos primeros días de mayo también le han permitido al jefe de la oposición mostrarse como un político con vocación de hombre de Estado y visión nacional. El jueves no se arrugó en Cataluña. Le negó a José Montilla cualquier urgencia por renovar el Tribunal Constitucional y la posibilidad de retirar el recurso que interpuso contra el 'Estatut'. El Gobierno y otras formaciones de izquierda han aprovechado esta hiperactividad para otros menesteres: han sumado argumentos que ofrecer a los que no creen en Rajoy.

Lo califican como el abanderado del partido del 'no', tras rechazar el pacto de Estado por la reforma del modelo educativo -el cuarto consenso fallido en lo que va de legislatura-, pese a que los populares comparten muchas de las propuestas del ministro Ángel Gabilondo. Los populares quieren aprovechar el impulso negativo que procede de los socialistas y convertirlo en energía positiva. No tienen problemas en atribuirse un título en apariencia tan negativo, pero con un matiz distinto al que le asignan los socialistas: dicen ser el partido del 'no', pero del no al paro.

Los mayores reproches, sin embargo, le han llegado a Rajoy por su vigorosa defensa de Francisco Camps, al que presentará como candidato a la presidencia de la Generalitat valenciana «diga la Justicia lo que quiera» el próximo miércoles -día en que el Tribunal Supremo decide si ordena la reapertura del sumario de los trajes-. Una frase que sus detractores juzgan como una clara muestra de «desprecio a las instituciones».

Más allá de la decisión del alto tribunal, el PP iniciará el próximo miércoles una nueva etapa en su carrera hacia la Moncloa.

Un largo sprint de 12 meses con una doble línea de salida. Si el Supremo avala las tesis del Tribunal de Justicia de Valencia y no encuentra indicios de cohecho pasivo en la conducta de Camps -que presuntamente aceptó trajes como regalo de la trama 'Gürtel'-, Rajoy habrá erradicado de manera definitiva la sombra de la corrupción de su partido. Sin embargo, si se reabre este caso, el líder del PP se vería abocado a presentar a un candidato imputado a la presidencia de una comunidad autónoma. Esta circunstancia, sin parangón en la historia de España, supondría un balón de oxígeno para el Gobierno y el PSOE, que andan algo escasos de reproches hacia los populares.

El miércoles, además, se comprobará si la resolución que ha demostrado el líder del PP en la última semana se puede considerar una excepción o, efectivamente, se trata de acentuar la firmeza. Rajoy y Zapatero reeditan su enésimo cara a cara en el Congreso, pero no sobre la misión de las tropas españolas en Afganistán -como estaba previsto-, sino sobre la situación económica. Un tema que apasiona al PP, aunque en Génova estén convencidos de que la discusión sobre Afganistán incomoda mucho al Ejecutivo. Los populares quieren dejar constancia de que los soldados españoles corren un riesgo a diario porque ese país está en guerra. «Rajoy demostrará que el pacifismo de Zapatero no era más que una máscara y un disfraz con la que engañó a muchos votantes», expone Moragas.

Junio también será un mes determinante para el PP. La maquinaria electoral se pone en marcha y toca hilvanar las candidaturas. Algunas plazas tienen dueño -Javier Arenas en Andalucía, María Dolores de Cospedal en Castilla-La Mancha o Luisa Fernanda Rudi en Aragón-, pero hay otras en las queda mucha tela que cortar. El guión de Valencia sólo se modificará por mandamiento judicial. O Francisco Camps o Rita Barberá.

'Desmontar a Zapatero'

La falla se ha abierto más al norte. Francisco Álvarez-Cascos se postula como candidato en Asturias. El regreso del ex vicepresidente del Gobierno a la primera línea de la política puede otorgar aspiraciones reales al PP en un coto tan socialista como el Principado. Sin embargo, puede crear tensiones en una viña muy tranquila, salvo por los ramalazos del 'derby madrileño' entre Esperanza Aguirre y Alberto Ruiz Gallardón. El debate generacional no preocupa, al menos de momento, a la dirección nacional de los populares. «Son la salsa de este partido», indica Moragas que niega disparidad de criterios entre veteranos y bisoños.

No obstante, dirigentes como María Dolores de Cospedal, Alberto Núñez Feijóo, Antonio Basagoiti o la catalana Alicia Sánchez-Camacho han respondido sin paños calientes a temas como los de la corrupción o las tensiones territoriales. En la viaje guardia, con exponentes como Francisco Camps, Javier Arenas, Ana Mato o Luis Ramón Valcárcel, hay más mesura a la hora de abordar estos asuntos, al menos públicamente.

Rajoy finalizará el actual periodo de sesiones con una cita a la que otorga la máxima importancia: el debate del Estado de la nación, previsto para julio. El líder del PP quiere 'desmontar' a Zapatero. Si en este mayo, los populares repiten como mantra tibetano que al Gobierno socialista «se le ha agotado el tiempo» dentro de dos meses les habrán sacado del almanaque.

Volverá a testar los apoyos parlamentarios de Zapatero y, dependiendo de la situación económica del momento, le planteará de forma abierta la necesidad de que «los ciudadanos decidan en las urnas la mejor estrategia para sacar a los españoles de la crisis», anuncia Moragas. Eso sí, que nadie espere que Rajoy acuñe una frase tipo «váyase, señor González», que utilizó José María Aznar.

En septiembre de 2010, el PP estará enchufado en las elecciones catalanas. Los populares apelan a los ciudadanos que anteponen la respuesta a la crisis económica a las diatribas estatutarias. El triunfo es una quimera, pero confían en convertirse en una formación clave para crear una nueva mayoría, al estilo del País Vasco, pero no necesariamente con los socialistas sino con los nacionalistas de CiU.

La misma clave electoral se proyectará a los primeros meses de 2011. En mayo, Mariano Rajoy puede dar un paso de gigante hacia la Moncloa. Un mapa plagado de 'gaviotas' en las principales capitales de provincia y con supremacía en las autonómicas puede conducir a un irremediable adelanto electoral, posibilidad que los populares no desdeñan.

¿Y si España experimenta una notable mejora económica y los votantes socialistas recobran la fe en su líder? «Ojalá, porque eso sería bueno para el país», dice el coordinador de Presidencia del PP en un claro ejemplo de lo «políticamente correcto». El equipo de Mariano Rajoy, sin embargo, no contempla tal posibilidad porque los socialistas se niegan a realizar las reformas estructurales que, según insiste el PP, pondrían al país en el definitivo camino del crecimiento económico.