Iván Fandiño da un pase con la muleta a su primer toro. :: EFE
Sociedad

Convence Iván Fandiño

El diestro de Orduña se luce con la espada, se distingue con la muleta y se alza con una oreja valiosa en Madrid

MADRID. Actualizado: Guardar
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Por su nobleza llamó la atención el primero de la corrida de villamartas de Guardiola. Dos buidas agujas, fina la cuerna de cepa a pitón. Corto el cuello, encajada la cabeza de tal manera que en cualquiera de sus poses el toro respiraba por su hondura. La nobleza fue son, no resistencia, y fijeza en el caballo, donde el toro cobró tres veces y empleándose. Eduardo Gallo lo lidió con soltura y buenos brazos, Iván Fandiño se animó con un atrevido quite por gaoneras. Se apagó el toro en banderillas y al cabo de sólo una tanda estaba venido abajo. Un viento incómodo no dejó torear fuera de las rayas. Los cites con el engaño retrasado y al hilo del pitón tampoco ayudaron. Una tanda de naturales prendida con alfileres. Un saber estar de Gallo. Una estocada trasera, cuatro descabellos.

Con tanta nobleza no salió ningún otro toro. Igual de apagados, unos cuantos. El segundo, por ejemplo, que, sin fuelle, la cara arriba en cortos ataques agónicos, se paró. O el tercero, de briosa salida y notable fijeza en el caballo, pero parado y a la defensiva después de puntear. O el cuarto, negro girón, que, zurrado en tres puyazos, protestó tras un breve apunte bueno por la mano derecha. Un toro, por cierto, de traza muy semejante, y tal vez de la misma reata, a la de aquel villamarta de los Guardiola que hirió de gravedad a El Juli en los sanisidros de 2001. Negro girón, calcetero y rabicano. Anchas mazorcas. Y, en fin, en el cupo de los toros apagados entró también un sexto de tremebunda percha -anchísima cuna, sus dos garfios como gatillos- que claudicó en varas y a pesar de todo quiso. Pero tuvo en tablas los viajes demasiado justitos.

Del canon común a la corrida toda se escapó el quinto. Alto y muy ofensivo pero bien rematado. Más flexible el cuello, más descolgado, más gasolina, el toro se empleó. Con él anduvo entero, firme, fino e inspirado Iván Fandiño, el torero de Orduña. Fandiño escapa también del molde de los «toreros de hierro» vizcaínos que tan bien tiene retratados en un hermoso libro Antonio Fernández Casado. Iván es, de siempre, de corte sutil, más de arte que de poder, más de sentirse que de técnica. Un torero preparado. Y, luego, la decisión para pararse ya de salida con ese quinto, y templarse en cinco templados lances de caro ajuste y manos bajas, Media de remate espléndida. Y mejor todavía la media con que remató un breve quite de tres verónicas tras un duro puyazo. Aguantó el toro, le consintió Fandiño, que, sin pruebas de tanteo, estaba puesto y puesto sacó una linda tanda de cuatro redondos ligados y el de pecho.

Mano de santo porque el toro era de los de veinte muletazos y no muchos más. Breve faena, la justa. Oportuna la medida, suavidad con la mano derecha, que fue la buena del toro; valor para sacarle por la izquierda muletazos de uno en uno y de menos vuelo. Un desplante de extraordinario gusto y en el momento preciso una estocada muy aparatosa, de las de soltar el engaño en la reunión y salir el torero casi al vuelo por la penca del rabo para caer esta vez entre las manos del toro. Ileso Fandiño, rodado el toro. Una oreja de las que se guardan en la colección de trofeos.

Del punto de Fandiño con el capote ya hubo muestra en el recibo del primero de su lote, que ni a tenaza quiso pelear en la muleta.

El tercero, negro salpicado, no tan en Villamarta como los demás, tomó con alegría el capote de David Mora en el saludo -airosos lances ligeros-, vio mucha capa de brega, pareció venirse en cinco muletazos de apertura pero se quedó debajo dos veces y en la segunda empaló a David Mora y se lo echó a los lomos. Y ya no dejó de defenderse el toro, o punteando o poniéndose por delante. Gallo abrevió con el parado cuarto y mató bien, y Mora anduvo más empeñoso que propiamente encajado o seguro con el sexto de temible percha.