opinión

Cuanto peor, mejor

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Lo inquietante no es ya el clima político del país tan envenenado, sino que la sociedad acabe por ver todo esto con normalidad, que el Gobierno mire para otro mientras se deslegitiman las instituciones por la corrosión del partidismo sectario, que se hagan actos contra el Tribunal Supremo rescatando la retórica del antifranquismo incluso entre las altas magistraturas, que la oposición una y otra vez denuncie conspiraciones de la Fiscalía y la Policía contra ellos, que los magistrados del Constitucional hagan parlamentarismo, que el juez español del star-system planetario creyera en la irresponsabilidad procesal, que el ‘seny’ catalán haya acabado en convertir el Parlament en una sucursal del fondo sur del Camp Nou, que Garzón sea procesado por acusación popular contra la doctrina del propio magistrado que le sienta en el banquillo, que el Ministerio de Justicia no haya apelado a la sensatez entre esta batahola, que el PP no se sienta incómodo por su campaña contra Garzón, que el tremendismo de las pajines y cospedales añada la orquesta guerracivilista a sus voces solistas, y que entretanto al presidente se le vea muy cómodo. La normalización de este paisaje constituye una verdadera anomalía en Europa, algo más que una extravagancia, aunque España tenga la ventaja del pintoresquismo bendecido por los viajeros románticos de modo que, bajo el paraguas del ‘Spain is different’, todo se disculpe como color local. Al final nos salva el mito de ‘buenos salvajes’ en el continente. Qué éxito. Y a lo peor todo esto ni siquiera ocurre por falta de escrúpulos, sino por la inercia de una casta política irreflexiva y ensimismada, sin conciencia sobre el prestigio simbólico de las instituciones para una democracia. En definitiva, las tácticas cortoplacistas al dictado de las encuestas se anteponen a todo. El Gobierno administra la crisis económica con técnicas de marketing y la oposición trata de dar esquinazo a la sombra de sus escándalos; de modo que se vuelcan en polémicas altisonantes como el velo o la amnistía en vez de asuntos acuciantes como el pacto educativo. Así recuperan la transición, el franquismo, las togas siniestras, la guerra. No buscan soluciones; buscan problemas. Su biotopo es el río revuelto, y ‘cuanto peor, mejor’, según la vieja fórmula antisistema que aquí adoptan asombrosamente los grandes partidos al no temer por el voto a sabiendas de que su clientela culpa de todo ‘sólo’ a los rivales. La conclusión amarga es que los políticos no parecen dispuestos a cambiar las cosas, pero la sociedad tampoco será la línea Maginot para defender la legitimidad de unas instituciones democráticas en entredicho entre la indiferencia colectiva y la irresponsabilidad de sus líderes.