La polémica del velo
Ha de preservarse la libertad religiosa, pero bajo el respeto de los derechos humanos
Actualizado: GuardarLa intermitente aparición en las escuelas públicas de niñas musulmanas tocadas con el velo islámico, que en algunos casos ha chocado con las normas explícitas del centro y ha generado el consiguiente conflicto, ha desencadenado una polémica todavía irresuelta, que no hay más remedio que abordar. De momento, y en vísperas de la discusión parlamentaria de una nueva ley de Libertad de Religiosa que el Gobierno dice estar a punto de llevar al Parlamento, tanto el Ejecutivo como la Iglesia católica se muestran partidarios de la tolerancia. La jerarquía católica arguye incluso el artículo 16.1 de la Constitución, que garantiza la libertad religiosa y de culto «sin más limitación, en sus manifestaciones, que la necesaria para el mantenimiento del orden público protegido por la ley». Pero sucede que el velo, en sus distintas formas -'hiyab' ('velo' en árabe), 'niqab' (velo negro que solo deja los ojos al descubierto), chador (velo negro y largo usado en Irán) y 'burka' (velo que cubre toda la cabeza y el cuerpo a excepción de una rejilla en los ojos)-, es, como ha escrito Mario Vargas Llosa, «el símbolo de una religión donde la discriminación de la mujer es todavía, por desgracia, más fuerte que en ninguna otra [.], una tara tradicional de la humanidad de la que la cultura democrática ha conseguido librarnos en gran parte, aunque no del todo, gracias a un largo proceso de luchas políticas, ideológicas e institucionales que fueron cambiando la mentalidad, las costumbres y dictando leyes destinadas a frenarla». Aunque no todos los velos son iguales -el 'burka' roza la inhumanidad-, parece pues necesario reconocer que esta prenda no responde a una costumbre inocua sino más bien consagra la supeditación de la mujer al hombre, la neutralización material e intelectual de aquélla, el imperio de un patriarcado humillante que reduce al sexo débil a una posición subalterna y marginal. De forma que, aunque la libertad religiosa ha de ser preservada celosamente, porque en su ámbito se desarrolla la dimensión trascendente del ser humano, parece obvio que dicha libertad haya de conjugarse con los grandes derechos humanos, con la dignidad de las personas y con un proselitismo activo a favor de la igualdad de géneros.