Sociedad

Manga maníacos

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La muerte se llama Tomás, estudia marketing y fuma puros. Dice que el inframundo cae, chispa más o menos, por Mairena del Aljarafe. Tiene el pelo rizado y espeso, lleva riñonera, juega al futbito. Así, de cerca, pierde bastante. Para ser una deidad infernal, soberana ingobernable del lado oscuro, viste con desaliño. El traje, algo gastado por los puños, le clarea en los codos y le hace un pliegue extraño en las rodillas. «Será por el uso», explica La Muerte, algo abochornada. «Voy a estar por Jerez unos días». Un camarero, que escucha de pasada la conversación, le recomienda: «Date una vueltecita por casa de mis suegros, anda...». La Muerte se ríe. O parece que se ríe, porque no mueve un solo hueso de la calavera.

A casi nadie le llama la atención que La Parca haga ronda por Ifeca. Normal. Por el XI Salón Manga, que arrancó el viernes junto al González Hontoria, pasarán más de 25.000 personas, muchas de ellas con la misma vocación de extravagancia. Como Antonio Fornel, una especie de osito verde, orondo y peludo, que mastica chicle y se ha dejado un conato de perilla para la cita. «Soy Shoagu, del Universo paralelo Auna 3, y tengo el poder de parar el tiempo». Vale. La estampa de la cola, con las casetas de la feria al fondo, no puede ser más surrealista. Muñequitos de espumillón, guerreros ninja, zombies, góticos, robots metalizados y lolitas de faldas imposibles esperan su turno para acceder a las instalaciones y compartir con otros frikis (el término ha perdido cualquier matiz peyorativo) su excentricidad, cada vez más normalizada. «Ya somos el tercer Salón Manga con más visitas de España, después de los de Barcelona y Madrid», presumen en el stand de la organización. «El sitio es grande, hay actividades, talleres, consursos, conciertos y videojuegos como para no aburrirse. Nos faltan días», explica un voluntario.

Los no iniciados se limitan a observarlo todo con un punto de perplejidad. Los padres, por ejemplo, se concentran en la zona de la cafetería. Desde allí se ve el escenario, donde seis chavales se contorsionan al ritmo de un soniquete eléctrico y machacón: la banda sonora de un videojuego. «Mejor que estén aquí, comprando cómics y bailando, que fuera, en el parque, hartándose de litronas». Obvio. La mayoría de los progenitores piensa lo mismo. No hay prejuicios que valgan cuando el chico saca buenas notas, se sabe de memoria las mil estirpes de la mitología nipona y está aprendiendo japonés. Aun así, todavía hay espacio para el asombro.

Los Blue Warriors destiñen

«Este año pega fuerte lo de maquillarse todo el cuerpo», dice María Cenón, veterana en estas lides, con tres hijas ejerciendo de enfermeras asesinas y un crío de once años disfrazado de samurai. Una chica morena, alta y estilosa, en bikini y con tacones, se le cruza. Va pintada de rojo. Parece que La Muerte la mira de soslayo. Shoagu, del universo paralelo Auna 3, le pega un codazo al compi. «Como para invitarla a la nave». Es de suponer que los ositos verdes también tienen instinto reproductor y siguen sus propios rituales de apareamiento.

Junto al Salón de Juegos campan los Blue Warriors, una banda de cowboys futuristas que, a falta de barba natural, se han maquillado la cara con un sucedáneo de ‘kanfor’. La pintura se corre, por culpa del calor, y llevan todos un pañuelo en la mano. «Parecemos mineros», reconoce Mario, estudiante de Medicina en Cádiz. Ni pizca del aire, bravo y decidido, que buscaban. «Big Jin, el Padre de Todo lo Conocido, ocultó en La Dimensión los tres secretos de Burne, que pueden acabar con la vida en la Tierra. Nosotros somos los responsables de encontrarlos y protegerlos antes de que los bastardos de Clión los utilicen en contra de la Humanidad». Joaquín explica el asunto muy serio, con la mitad de la cara tiznada y la otra en plena decadencia. «Vamos al baño, a buscar un espejo», ordena. Y allá que van los Blue Warriors, a enderezar el desavío.

El menú del día apunta que hoy toca exhibición de Trapara, introducción al Parapara, Kiudan, origami y demostración de Ikebana, entre otros talleres, conferencias, proyecciones y cibertorneos. «No es sólo manga. El manga, a pesar de lo que pueda parecer, está perdiendo terreno. Ahora se lleva más el rollito polivalente, los góticos, los vampiros... Pero eso sí que es una moda. Cuando pase la fiebre ‘Crepúsculo’ quedarán algunos, los de corazón, pero la mayoría volverá al universo anime». Es la teoría, muy bien argumentada, de Julián Barroso. «Yo sé que para mucha gente podemos parecer raros, pero no lo somos. Al principio, un poco... Pero ya no», dice Julián, mientras Celia, su chica, disfrazada de La Novia Cadáver de Burton, le aguanta un rato la catana.