MUNDO

La profunda herida polaca

La muerte de su presidente resucita viejos fantasmas en un país marcado por el azote nazi y soviético

VARSOVIA. Actualizado: Guardar
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Polonia vive desde el pasado 10 de abril una tragedia nacional. La muerte del presidente Lech Kaczynski y su esposa y de otros 94 altos representes institucionales y políticos en accidente de avión en Smolensk (Rusia) conmocionó a la sociedad. El día de la tragedia, la delegación presidencial se dirigía a Katyn para participar a una ceremonia en homenaje a los 22.000 oficiales y civiles polacos asesinados por el NKVD (la Policía política de Stalin) en 1940. La muerte en Rusia de un presidente polaco como Kaczynski, que sentía una profunda animadversión hacia rusos y alemanes, es un drama humano de enorme dimensión política y recuerda la trama absurda de una novela del genial escritor polaco Witold Gombrowicz. «Es como si Stalin hubiera resucitado para volver a matar en Katyn a los representantes de Polonia. ¡Qué siniestra ironía de la historia!», señala el joven historiador Adam Syska.

La tragedia aérea de Smolensk reaviva viejos fantasmas y miedos colectivos muy profundos en este desgarrado país europeo, cuna de grandes poetas, músicos, dramaturgos y cineastas. La historia de Polonia de los últimos siglos ha sido trágica: invasiones, guerras, dictaduras. En 1928, el mariscal Josef Pilsudski consiguió refundar la Polonia independiente tras 120 años de inexistencia como Estado nacional por voluntad de rusos, alemanes y austro-húngaros. La libertad duró poco tiempo, porque la Alemania de Hitler invadió Polonia en septiembre de 1939 e implantó un sistema criminal que acabó con la vida de seis millones de personas, la mitad de ellas judíos. El Ejército Rojo soviético invadió el este de Polonia para hacer frente a Hitler, pero, al acabar la Segunda Guerra Mundial, se quedó en el país. Los Acuerdos de Yalta consagraron la dominación soviética de Polonia y de otros países de Europa central y oriental. El dominio imperial de los zares rojos acabó en Polonia en 1989 gracias a la lucha de Solidaridad, un sindicato independiente liderado por Lech Walesa que tuvo el apoyo de la clase obrera, la Iglesia y los intelectuales y colocó para siempre en el basurero de la historia al régimen comunista moribundo. Veinte años después, Polonia no ha superado del todo sus traumas y el resentimiento hacia Alemania por culpa del nazismo, pero sobre todo hacia Rusia por los crímenes y el yugo imperialista impuesto por la URSS sigue presente. Las provocaciones, manipulaciones de la historia y agresividad del neonacionalismo ruso poscomunista inquietan a muchos polacos, que no han olvidado la masacre de Katyn o los 300.000 compatriotas deportados por Moscú a Siberia.

El investigador Andrzej Szeptycki atribuye las fobias polacas a «una historia especialmente trágica y dolorosa de la que hemos empezado a salir hace tan sólo 20 años», y el subdirector del diario conservador 'Rzeszpospolita', Marek Magierowski, pone de manifiesto que «no se pueden borrar en tan poco tiempo siglos de opresión y falta de libertad».

Manipulación

«La reacción de los polacos es comprensible; cierto temor hacia Rusia y Alemania, también, pero lo que es inaceptable es la manipulación política que suele hacer el sector más conservador de la derecha polaca de nuestros miedos y fobias», puntualiza el politólogo Aleksander Smolar. El presidente Kaczynski representaba a esta Polonia profunda, conservadora, xenófoba, antisemita, fiel a una poderosa Iglesia católica preconciliar y ultra, tan hostil al liberalismo como al comunismo, pero sensible a la demagogia obrerista y populista.