La sonrisa de Buda
Actualizado: GuardarEl pasado lunes tuvo lugar en la Diputación de Cádiz un acto singular: se trataba de la intervención del lama Tenzing Tamding, venerable maestro tibetano de visita en la ciudad para impartir una conferencia sobre meditación y filosofía budista. «En el fondo todos somos iguales», afirmó poco antes el monje carialegre en sus declaraciones a este mismo periódico: «En mi país se enfadan por un burro, mientras que aquí lo hacen por un coche». Exento de prejuicios religiosos, manifestó igualmente sentirse como en casa mientras llevaba a cabo sus ejercicios meditativos en la cripta de la Catedral gaditana. ¿No resulta admirable? Les rogaría que hicieran el intento de imaginar a un sacerdote católico elevando sus rezos al todopoderoso en un templo budista de la India. A mí, personalmente, se me nubla la vista.
También yo suelo meditar a veces junto a los viejos muros de la Catedral, aunque, eso sí, por fuera. Subo al lechoso púlpito con vistas al océano que tan lúcidamente Campo Baeza ha erguido sobre nuestro pequeño malecón habanero, y, con los ojos fijos en el horizonte, procuro mantener la mente en blanco. «Paso mucho tiempo mirando el agua», escribió Santa Teresa de Ávila, «y no sé lo que es». Somos lo que observamos, y meditar consiste justamente, no ya en ensimismarnos, sino, muy al contrario, en dilatar los márgenes de nuestro pensamiento hasta desvanecernos en el contexto mismo de nuestra observación. Cádiz se presta buenamente a ello. Si no que se lo digan a quienes no le quitan el ojo a la viyuela, a los parados místicos, a los meditabundos sin curro y con oficio, encaramados a una balaustrada, a un puente, a un espigón. '¡Menuda pesca!', o '¡Deja de pescar!', oímos decir en el argot local cuando alguien pasa mucho tiempo ausente, absorto en algún punto. Y me pregunto cuántos «pescadores» asistirían el lunes a aquel acto; yo sé de al menos dos.
Nota para nostálgicos. Seguro que los más aficionados no dejan de acordarse de aquella chirigota (mejor omito el nombre y así nos divertimos) que encandilara al público del Gran Teatro Falla con un archisentido pasodoble en homenaje al resto de las agrupaciones que no habían conseguido pasar a la final. Pues bien, nada es en vano. Tan amplio y rico es nuestro imaginario, que la presencia efímera del lama en nuestras calles, con su sonrisa búdica, ha vuelto a confirmarnos lo que secretamente ya algunos sospechábamos: en Cádiz y extramuros, la realidad imita al Carnaval.