Los secretos de Benzú
Después de casi una década de trabajos en el Norte de África, los arqueólogos de la UCA presentan en Cádiz las conclusiones del proyecto
Actualizado: GuardarEn las entrañas del abrigo de Benzú, a los pies de Ceuta, junto a una cantera vieja y polvorienta, se esconde la clave que puede dar la vuelta a algunas de las teorías científicas más asentadas de la Prehistoria. Los libros dicen que el Neanderthal entró en Europa por Oriente Medio, que con él llegó el impulso de la civilización, que el Estrecho de Gibraltar fue la frontera última, definitiva, «el fondo del saco» de todo ese proceso ‘colonizador’. Se trata de uno de esos dogmas aceptados, intocables, que dibuja un Norte prodigioso, como punto de partida, y relega al Sur a un mísero segundo plano, el triste final del trayecto. Pero las escarpadas paredes de Benzú cuentan una versión distinta del asunto. Quizá las columnas de Hércules no fueron un obstáculo, sino un puente. Quizá el Homo Sapiens vino a Europa cruzando el mismo brazo de mar que hoy surcan las pateras. La teoría es dura, arriesgada, incluso políticamente incorrecta. No hay certezas. Pero sobran las evidencias. Por lo pronto, más de 50.000 piezas líticas que retan a la oficialidad.
Los arqueólogos de la Universidad de Cádiz José Ramos y Darío Bernal han trabajado durante casi una década liderando un equipo multidisciplinar de expertos por el que han pasado geólogos, biólogos y zoobotánicos de reconocido prestigio. Su objetivo: desentrañar los secretos de Benzú. Ahora, «concluida la primera etapa del proyecto», presentan las conclusiones en un ciclo de conferencias que tendrá lugar en la UCA durante todo el mes de abril. Cierran un capítulo repleto de satisfacciones, y abren otro sembrado de retos e incertidumbres. De primeras, el Gobierno reconoció hace unos meses la importancia del yacimiento, declarándolo Bien de Interés Cultural, y científicos de la talla de Carlos Díez (de Atapuerca) han respaldado la filosofía de la iniciativa. Además, el calado de los descubrimientos ha hecho que el enclave ceutí adquiera una merecida notoriedad internacional, como lo demuestra el extenso artículo que ‘The Guardian’ dedicó a los hallazgos o la reciente visita de Jean M. Auel, (la autora de ‘El Clan del Oso Cavernario’) a las excavaciones.
José Muñoz, que sabe que la historia se escribe siempre desde el prisma de los poderosos y que muchas teorías oficiales no se cimientan sólo en principios científicos, es extremadamente precavido a la hora de diferenciar entre hipótesis y hechos seguros. «Hemos comprobado que hay una sintonía tecnológica clara entre Benzú y sitios situados a este lado del Estrecho, como Gibraltar, Nerja, Zafarralla o la Cueva del Ángel, y con otros de la banda atlántica de Cádiz que aún no se han excavado, en Tarifa o en Chiclana, por ejemplo. Parecen objetos hechos por las mismas personas: siguen la misma cadena operativa, las mismas pautas a la hora de ‘pelar’ las piedra, el mismo proceso metal para tallarlas con un fin concreto».
¿Qué significa eso? Que por la antigüedad de las piezas (entre 250.000 y 300.000 años) «hay que empezar a hablar, como mínimo, de relaciones y contactos». O sea, replantear la verdad, casi absoluta para el ‘establishment’ anglosajón, de que el ‘desarrollo’ vino del Norte, y abrir la puerta a la posibilidad de que ocurriera a la inversa. «Estamos en latitudes bajas, por debajo del paralelo 40, y tenemos un clima mediterráneo; pero aquí y en Ceuta hay un cierto factor atlántico. Está documentado que en el Pleistoceno hubo apuntes fríos; no fue la era glacial, pero esas condiciones conllevan un descenso rotundo del nivel del mar, quizá el suficiente como para que las múltiples islas que quedaron al descubierto entre Tarifa y Tánger permitieran un trasvase de población. La costa, en definitiva, estuvo más cerca».
A 14 kilómetros
Muñoz y su equipo consideran factible que estos homínidos dispusieran de los conocimientos necesarios como para proveerse de algún tipo de embarcación que, «aunque precaria», les hubiera permitido cruzar los 14 kilómetros que separan los dos continentes, con la facilidad añadida de las nuevas tierras descubiertas por el mar. La distancia no es insalvable. Así lo demuestra el cráneo del Homo Floresiensis, de 800.000 años de antigüedad, que apareció en la Isla de Flores, a una distancia cuatro veces superior de la orilla de Java de la que media entre África y Europa.
Esa sería, precisamente, la guinda del pastel para los investigadores gaditanos. Aunque en la zona de la cueva han aparecido restos humanos de cronología neolítica, el abrigo se resiste. Lo mismo, pero en la estratigrafía del Musteriense, podría arrojar luz a teoría de los arqueólogos de la UCA. Ramos dice que no conviene obsesionarse con el tema: «A nosotros nos interesa más el análisis de los modos de vida que los huesos. Sólo la confirmación de las hipótesis que antes he relacionado sería un revulsivo. Nuestras esperanzas se centran en cuestiones cronológicas y estratigráficas, aunque también, llegado el caso, en antropología».
De entrada, la consideración del Estrecho como «un marco histórico único» va ganando adeptos, tanto en Europa como en África.