Esaú Fernández, en una foto de archivo. :: LA VOZ
Sociedad

Triunfo ganadero de Espartaco

Ovaciones fuertes en el arrastre para tres ejemplares y jaladas con olés las embestidas del cuarto. Debutan en Sevilla Escribano y Fernández Los novillos del matador estuvieron muy por encima de los actuantes

SEVILLA. Actualizado: Guardar
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La novillada toda tuvo cuajo, poder y cara, Buenas y serias hechuras dentro de su variedad. Para el cuarto, perfectamente picado por el gran Antonio Saavedra, sonaron en el arrastre palmas muy fuertes. Suelto del primer puyazo, metido casi encima en el segundo y aviado con la diligencia habitual de Saavedra, el novillo no se dejó del todo ver en varas. Por eso le negarían la vuelta al ruedo. Las arrancadas del toro al galope, su fijeza en los engaños y la manera de embestir provocaron olés incluso entusiastas. La Maestranza de Sevilla es la plaza donde mejor se mide el son de un toro. Y donde mejor se celebra.

Ese espléndido cuarto, de nombre Soletillo, pareció, por las trazas, de las primitivas reatas de Los Guateles, que es el fondo con el que mejor ha trabajado el Espartaco ganadero. Los dos últimos, burracos, muy astifinos, salieron de otra manera: agresivo el quinto; un punto rajado el sexto. Las pintas eran idénticas. No el fondo. Al primero de corrida, que se acostó por la mano izquierda y se quedó corto por la derecha, le faltó el golpe de riñón necesario.

Con los dos toros de más nervio, y hasta un ramalazo de temperamento, Escribano hizo cosas de torero puesto y dispuesto. Decidido, algo acelerado con el segundo. Apertura a la moda Castella-Perera: el cambiado por la espalda distancia y un lazo de seis o siete más sin ceder terreno ni arrugarse. Distancia también en una tanda en redondo de aliento. A menos después todo: por haber puesto tan alto el listón, o por no rematar con la zurda los muletazos. La correa del toro no admitía muletazos encorsetados. Se sostuvo el trabajo en tensión, lo acompañó la música y fue prolijo. Una estocada caída. Con el quinto tragó Escribano paquete, pecó de torear a gritos, anduvo firme y sosegado, dibujó obligados de pecho excelentes y se pasó de faena. Sonó un aviso antes de entrar Cristian a matar. Y un segundo aviso cuando el toro rodaba al cuarto golpe de descabello.

La grada, con el de Camas

Al novillo de bandera, cuarto del sorteo, le pegó algún muletazo bueno Luis Miguel Casares, pero suelto. Faltó una tanda, faltó templarse, acoplarse, soltarse. Novillero rodado, sí, pero eso no bastó. Una estocada tendida y trasera, y uno de esos silencios de Sevilla que encogen el alma al torero que sea. Nuevo o no. Tras excesivo tanteo, Casares anduvo suelto sin más con el primero. Y fuera de cacho siempre.

Esaú Fernández tenía en la grada parroquia propia. Por ser de Camas, provincia de Sevilla, casi un barrio ya, cuna de insignes toreros: Salomón Vargas, Curro Romero, Paco Camino y unos cuantos más. A ninguno de esos tres grandes se parece Esaú. Sino a Jesulín de Ubrique: la talla, los brazos, la planta toda. No la manera de torear. Salvo un no del todo afortunado intento de ligar cambiados circulares en trenza y ocho. No lo vio claro con el noble tercero y, para general sorpresa, se entregó y afirmó en dos tandas con la izquierda con el astifino sexto, cuando nadie daba por el toro un duro. Pero no lo mató.