Leo Messi aniquila a un gran Arsenal
Los cuatro goles del argentino hacen historia, meten al Barça en semifinales y desbordan la euforia culé ante el clásico Pep Guardiola tiene trabajo hasta el sábado: frenar la euforia que ha dejado esta goleada
MADRID. Actualizado: GuardarNunca digas nunca jamás. Parecía que Messi había alcanzado el súmmum tras firmar dos 'hat tricks' consecutivos ante Valencia y Zaragoza, pero desbordó los límites contra el Arsenal. Marcó cuatro goles, lo que iguala el registro en 'Champions' de los Van Basten, Inzaghi, Perso, Van Nistelrooy y Shevchenko, pero lo hizo en un partido de alto voltaje, de máximo nivel, de enorme exigencia táctica, técnica y física.
La eliminatoria se había puesto cuesta arriba para los culés, ya que los londinenses se plantaron de maravilla en el Camp Nou, juntaron las líneas, cortocircuitaron a Xavi, aunque fuera a base de faltas, e incluso se adelantaron en un contragolpe culminado por el danés Bendtner. Pero la 'Pulga' se encargó de despejar la noche, de alejar cualquier fantasma, de erradicar los síntomas de victimismo que históricamente afectan al Barça. Apareció por todos lados y en cuanto contactó con el balón su veneno resultó mortífero para los ingleses.
Ya había avisado Messi en los albores del choque con un disparo raso que desvió Almunia, magistral de nuevo, y con una rosca de zurda que lamió el larguero. Calibraba su arma el argentino y a la tercera ya no perdonó. Tuvo la suerte de que Silvestre le hizo una pared involuntaria pero su obús con la izquierda resultó letal.
Wenger, boquiabierto
Un cuarto de hora después de reconducir la situación, Messi inició un ataque en la línea de tres cuartos, abrió a Keita y definió tras dejada de Pedro.
No contento con eso, cerró la eliminatoria en otra acción brutal. Primero peleó un balón de cabeza en el centro del campo que luego le cayó a Keita. El marfileño le asistió, él se internó y la picó son sutileza sobre la salida de Almunia. Un gol extraordinario que dejó boquiabierto al mismísimo Wenger.
El francés era un hombre hundido, rendido a la evidencia. Había planteado un choque magnífico, sin dejar pensar al Barça, cerrándole los espacios, pero se encontraba con un extraterrestre inabordable. Messi decidía un encuentro digno de una final. Pese a sus innumerables bajas, el Arsenal no fue el equipo blandito que se pudo llevar media docena de goles en el Emirates y que empató porque el Barça se distrajo en el tramo final. La disputa por cada centímetro fue extraordinaria. Cualquier entrega defectuosa, sinónimo de peligro. Sí, porque en cuanto los londinenses robaban buscaban a Walcott, capaz de alcanzar la mínima olímpica en 100 metros si se lo propusiera. Sangre jamaicana, como Usain Bolt. Así llegó el 0-1, una puñalada sin consecuencias porque Messi acudió al rescate.
La segunda mitad comenzó a toda mecha, como si no hubiera existido el descanso. Nada de confianzas, de pensar en el Madrid, de distraerse. Por suerte, aquellos dos goles finales en Londres estaban grabados a fuego en los azulgrana. Un gol del Arsenal sembraría el pánico. Para defender y evitar posibles desajustes entre Milito y Márquez, pareja de centrales que no compartía titularidad desde hace casi dos años, lo mejor era poseer el balón. Y en esa suerte el Barça no tiene parangón en el mundo. A estas alturas, por cierto, la suplencia de Henry, en ausencia de Ibrahimovic, sólo confirma la decadencia del francés, al que le encanta el Bernabéu. El final entre olés, la aparición postrera de Iniesta y la guinda de Messi en una acción de perseverancia, de ambición sin límites, ya apuntaban al clásico.
Guardiola tiene trabajo: frenar la euforia.