LOS LUGARES MARCADOS

Otro abril

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Abril es, ya lo decían Eliot y Cernuda, un mes muy cruel. Su pujanza de verdores y brotes nos avasalla, su frescor nos ciega y su descarada juventud nos enfrenta al hecho insoslayable de que empezamos a contar los años en veranos (u otoños) en lugar de primaveras. Nos duele su lozanía. La belleza, en ocasiones, tiene ese filo de herida. Es como una luz demasiado fulgurante o un perfume demasiado embriagador. Pero, incluso concediéndole tan evidente crueldad, ¿quién no se rinde a su adolescencia, al esplendor de la espiga recién nacida, al apretado botón de las flores primeras?

En muchas culturas agrarias, adaptadas con sabiduría al transcurso de los ciclos vegetales, este mes inaugura el año. Su símbolo zodiacal, el carnero, habla de ímpetu, vigor y fecundidad. La naturaleza eclosiona; la tierra despierta del letargo y resucita -prodigio desapercibido por habitual- para recomenzar su ciclo. Y, aunque el ser humano sabe que está perdiendo en cada mes de abril lo que la tierra le va ganando, se deja arrastrar por la ilusión... ¿Recuerdan aquel «olmo viejo hendido por el rayo» de Machado y su «rama verdecida» por el milagro de la primavera? Pues eso.

Por ello considero que cualquier proyecto optimista puede emprenderse en abril (este mes insolente y un poco desvergonzado), pidiéndole prestados su rebeldía y su idealismo. Por eso, aunque mis veranos sean ya más ciertos que mis primaveras, aunque la sensatez me intente convencer desde el espejo, o camuflada bajo las recomendaciones de amigos bienintencionados, voy a dejarme llevar otro año más por su ilusoria e ilusionante vitalidad. Nacimos para la esperanza. Incluso para la locura. Empecemos algo nuevo en abril. Al fin y al cabo, no haremos más que responder a nuestro destino...