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Apuros vaticanos

Mientras las sociedades europeas evolucionaban hacia una mayor democracia, la Iglesia se encastillaba en sus viejas rutinas

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El Vaticano está en apuros. La férrea estructura jerárquica que con tanta dedicación ha sostenido la Iglesia comienza a resquebrajarse y los prohombres de la púrpura no atinan a unir las junturas. En un libro muy recomendable, 'Las religiones asesinas', Elie Barnavi afirma que «cualquier religión legitima jerarquías. Primero existe la distinción primordial entre los hombres y las mujeres. Después, la separación radical entre puros e impuros. Y, por fin, la jerarquía entre los hombres de la religión». Todo ello, con una fuerza irresistible, porque se trata de un orden dictado por Dios.

En las últimas décadas, mientras las sociedades europeas limaban las diferencias y evolucionaban hacia una mayor democracia, apertura e igualdad, la Iglesia católica se encastillaba en sus viejas rutinas. De ahí esa celebración anual en la plaza de Colón de Madrid para reivindicar la vigencia de la familia tradicional, es decir, la jerárquica, aquella en la que, según Rojas Marcos, «los seres humanos tenemos más probabilidad que en ningún otro lugar de ser maltratados o torturados, física y mentalmente». La apología católica de la jerarquía familiar como puntal de la jerarquía eclesial constituía, pues, la base de su supervivencia en medio de la hostil tolerancia general.

No es casual que cuando la Iglesia se ha sentido acorralada por las denuncias contra sacerdotes pederastas, haya puesto en cuestión las jerarquías familiares, articulando por primera vez una respuesta clara contra la violencia de género, por boca del predicador de la Casa Pontificia, Raniero Cantalamessa. Su denuncia de los horrores de la violencia machista supone un grato punto de inflexión. Por desgracia, el tal Cantalamessa no pudo evitar incluir una mención a la pederastia, e incurrió en el error de equiparar las denuncias contra curas con el antisemitismo. Nada han tardado las asociaciones de judíos en responder airadas, lo que ha obligado al Vaticano a desautorizar a Cantalamessa, de quien ha dicho que hablaba a título personal: ahora no sabemos si su crítica a la violencia en la familia constituye también, a ojos del Vaticano, una salida extemporánea.

Las contradicciones alcanzan al mismo Benedicto XVI. El Vaticano va a organizar su defensa jurídica frente a las acusaciones de encubrir a pederastas invocando su inmunidad como jefe de Estado en lugar de encomendarse al Altísimo. Con ello, no sólo nos recuerda que es el último mandatario dictatorial en Europa, sino que además demuestra más confianza en las jerarquías humanas que en el orden divino, tan plácido cuando no estaba en apuros.