José Delgado. 'Copejador' durante 35 años: «Esto es un arte que se aprende con la práctica, que se ha heredado de padres a hijos» :: M. GÓMEZ
Ciudadanos

La flota vencida de la almadraba

Aunque acaban de eludir la prohibición del comercio del atún rojo, los almadraberos siguen con el agua al cuello Los pescadores del arte más antiguo de Europa se saben una especie en vías de extinción

| BARBATE. Actualizado: Guardar
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Ahora los cercados son ellos. Rafael Gomar, Agustín Rivera, José Luis Ramos. De 30 años para arriba dedicados a la almadraba. Cada vez son menos. Acaban de sortear la última trampa: Mónaco propuso vetar el comercio internacional del atún rojo por considerarlo una especie amenazada, pero las negociaciones entre bambalinas y la presión de los japoneses -principales consumidores del producto-, han logrado evitar, de momento, la prohibición. En la lonja, en las cofradías y en las tascas del puerto, donde convive la incertidumbre sostenida con otros viejos aperos del mar, se escuchó un suspiro unánime de alivio. El mundo les daba una tregua. Otra. Aun así, los almadraberos saben que el cerco se estrecha: las piezas pierden peso, las exigencias administrativas reducen el margen de rentabilidad de las exportaciones, las cuotas juegan al límite, la temporada no llega a los siete meses, los ecologistas insisten. Y ahora la Junta les allana el camino, por si deciden abandonar, con 20.000 euros para el que se quite el mono, cuelgue el punzón y cierre después la puerta. Ese gesto, tan conveniente y tan solidario, luce pintas de mal augurio. Todavía habrá que librar algunas batallas, pero todo apunta a que el cuento se acaba. Y empezó hace 3.000 años.

«Hay pocas alternativas», dice Juan Luis Moros, historiador gaditano y experto en artes antiguas. «Seguramente quedará como una especie de técnica residual, como una curiosidad, porque los almadraberos pagarán el pato de la pesca industrial, casi descontrolada, que se hace antes de que los atunes lleguen al Estrecho». Moros se encoge de hombros: «Una pena. Lo que queda es preparar al sector para el desastre, buscarles una salida a los trabajadores y esperar. Con el tamaño que presentan los ejemplares, no cabe albergar muchas esperanzas de que las almadrabas aguanten. El Gobierno acabará cediendo a las normativas internacionales, cada vez más estrictas, aunque la gran incógnita es quién convence a Japón, donde el atún rojo es un manjar intocable, de que sus mercados, sus restaurantes, sus ritos y sus tradiciones también tendrán que pasar por el aro».

A Moros le preocupa el destino concreto de los 300 «jornaleros» que, hoy por hoy, viven de las almadrabas, pero admite que su inquietud «va un poco más allá». «La gente no sabe de qué va el tema: escucha hablar de los atunes de Barbate, de Zahara o de Conil, pero generalmente ignora lo que hay detrás: un modo de vida que se extingue». El historiador desgrana las peculiaridades de la faena, el ingenioso proceso que permite 'cazar' a las piezas gracias a un complejo sistema de mallas bajo el agua, la habilidad de los capitanes para dirigir 'el copo' (la última red, la más gruesa y resistente), las mañas que se dan las naves de canto, de tierra y de fuera, para completar el cuadrado. «Y después.»

«Después llega la parte más dura, la más peligrosa, pero también la más bonita», explica Agustín Rivera, de 48 años, con un frontal de anclas abandonadas al fondo. El paisaje, a las puertas del almacén de la almadraba de Barbate, no es muy alentador: pesos y varas comidos por el moho, redes rotas, boyas pálidas que antes fueron amarillas. «Son unos cuantos veranos ya saliendo a faenar, y aún así uno nunca olvida su primera 'levantá'». Cuando comienza 'la sacada' (se iza la red del fondo) «los atunes suben, dando coletazos», y el mar se llena de espuma. «El capitán va dando las órdenes desde la testa, y los pescadores intentan acertar a los animales (algunos superan los 400 kilos) con el garfio y tumbarlos en cubierta». Agustín lo cuenta entusiasmado, gesticulando mucho, golpeando el aire con un punzón imaginario. De pronto se para en seco. «Es que para poder entenderlo...».

¿Hasta cuándo?

«... Hay que vivirlo», dice José Delgado, 'copejador' durante 36 años. «No se trata de pegarle al tuntún, sino de afinar donde el animal no sufra ni se estropee». Por eso los hombres se acaban tirando al agua, «jugándose el pellejo». «No son pececitos, un aletazo de un bicho de 400 kilos te deja listo si les pierdes el respeto». En el copo, pescadores y animales se ensarzan en una lucha milenaria que tiñe de rojo el agua. «Los de abajo tienen que darle un corte rápido en la agalla, para que la muerte sea rápida y la carne resulte de máxima calidad».

Sebastián Leal, de 29 años, uno de los últimos en incorporarse al grupo, es menos romántico que sus mayores, y prefiere hablar de la precarización de las condiciones de trabajo: «Antes teníamos para ocho o nueve meses, entre los preparativos, las faenas y el cierre de temporada; ahora llegamos raspados a los seis. Había que completar el año en la construcción. De todas formas, el verdadero problema lo tienen los veteranos, los que llevan toda la vida dedicándose a esto y no saben hacer otra cosa. Con los 12.000 euros anuales de prejubilación de la Junta, no llegan para mantener a la familia».

Es el caso de Rafael Gomar, de Zahara, con 30 años de sus 48 pescando atunes. «Tengo una hija estudiando Derecho. Si abandono... ¿quién le paga la carrera?» Gomar no se ve todavía «en las excursiones del inserso», y resume en una pincelada certera sus deseos: «Vivir de la almadraba como vivíamos hace 15 años». «A los de la Comunidad Europea y a los ecologistas les diría que nosotros somos los primeros interesados en que el atún rojo no desaparezca, porque ha sido siempre nuestro pan, pero que tienen que mirar para otro lado, para la pesca masiva que es la que está tocando a la especie, y no para nuestras cuotas, que son mínimas».

Gomar admite que «cada año el asunto se pone más cuesta arriba», y que las faenas en el mar (las pesadas redes, los plomos, las grúas) te condenan a un deterioro físico creciente: «No se tira igual a los 20 que a los 50, pero no hay renovación porque a los chicos no les conviene esta vida».

José Luis Delgado (gorra de marinero, peto de cuero) ha perdido la esperanza de que su hijo Raúl continúe con la saga, aunque el joven lleva ya siete temporadas de 23 años que tiene saliendo a faenar. «En Barbate no es que sobren los trabajos. Alguien debería explicárselo a los señores de Europa. Que echen un vistazo por aquí y miren las opciones que hay, sobre todo para la gente que deja los estudios. De todas formas, que nadie se piense que vamos a irnos de aquí sin pelear».

En el bar del puerto, tras las largas jornadas de faena, los almadraberos antes dedicaban la caña de cerveza o el chato de vino a compartir sus 'batallitas'. Se saben poseedores de un conocimiento exclusivo, que sólo se aprende ejercitándolo, heredado muchas veces de padres a hijos, e ilustran las crónicas de las 'levantás' con toda suerte de detalles, algunos surrealistas. Como los viejos cazadores, son dados a la exageración y a la leyenda: cuentan «la del año aquél, a finales de los 40, en el que había tantos atunes que los sacaban directamente a la playa», o la del 'copejador' estrella, un abuelete de manos artríticas, del que el camarero dice que sacó solito un bicho de 400 kilos, «mareado y llorando por la paliza», y se metió a por otro «sin coger ni aire».

Ahora el tema de conversación se centra en todas las posibles respuestas a una única pregunta: «¿Hasta cuándo?».