Ni temáis
El perdón, tan mal visto por algunos, se ha demostrado como el único remedio para vivir con menos sufrimiento
Actualizado: GuardarLeo estos días un libro de Carlos García Gual, 'Epicuro'. Lo leo cuando se recuerda la muerte y resurrección de Jesús, y lo hago para defenderme. Lo leo como una invitación a madurar un pensamiento sobre Cristo. Epicuro nació 341 años antes que él, y su modernidad es tal que supo ahormar un discurso que hoy, al reparar en el misterio de la vida y la muerte, nos ayuda y fortalece. Enseñó a no temer a la muerte, lo que hace que algunos vivamos estos días con no poca paz. Reparen en esto: «Así que el más espantoso de los males, nada es para nosotros, la muerte, nada es para nosotros, puesto que mientras nosotros somos, la muerte no está presente, y, cuando la muerte se presenta, entonces no existimos». Leo a Epicuro este día en el que Jesús celebró su última Cena. Podría ser una contradicción, pero es lo cierto que la muerte de uno de los hombres más enigmáticos nos sigue conmoviendo. Hay que ser muy mezquino para no admitir que el mundo cambió con él, y que lo que dijo hizo que empezáramos a soportarnos. El perdón, tan mal visto por algunos, se ha demostrado como el único remedio para vivir con menos sufrimiento. El perdón nos ha hecho mejores, y si no mejores al menos más humanos de lo que éramos 2000 años atrás. El que es incapaz de perdonar es incapaz de amar, dice Martin Luther King.
Me sigue sorprendiendo la gran metáfora, que un dios, acaso el único Dios, comparta su naturaleza con nosotros. Si fue como yo, no deberíamos tener miedo -no temáis, les dijo a los suyos horas después de resucitar-; de saber que sintió frío y calor, pena y alegría, que tuvo que ser feliz, reír y llorar; que tuvo miedo, que sintió fiebre, que tuvo hambre, que quiso a los demás como las Iglesia nos dice y cómo muchos creemos que quiso también. ¿No fue uno de nosotros? ¿No debemos preguntarnos quién fue sabiendo cómo somos? Es curioso el lío que se hacen aquellos que lo han tomado como suyo cuando fijan todo su empeño en que lo humano y lo divino no encaje. Tan curioso como negarle al Nazareno toda posibilidad de haber sido un hombre querido por una mujer, o la de haber querido a una mujer. Tanto nos asusta esto siendo el amor la única enseñanza que, según dijo, quiso transmitir. «Ama et quod vis fac» (Ama y haz lo que quieras), dijo Agustín de Hipona.
Si fue hombre lo fue con todas sus consecuencias, y eso es lo que hace que sea un ser especial para aquellos que no tenemos una fe definitiva. O no la tenemos. Ya sé que una cosa son los católicos y otra los cristianos. Y otra aquellos que sin reparar en esto ignoran que son sus discípulos más aventajados. Esos que un día escucharon decir no temáis, y viven sin temores, son los elegidos. En realidad, y por seguir en la tradición, son los que esta noche de Jueves Santo y tras la Cena verán como Jesús lava sus pies. No son los más felices. Pero no temen porque son sabios. No han leído a Epicuro. Jamás les hizo falta.