La Caleta no es plata quieta
Actualizado: GuardarPor una vez en la vida, por una vez en la historia, La Caleta de Cádiz no es una simple rima recurrente en las cuartetas del carnaval. Esa minúscula playa de La Viña encierra algo más que guiris color suplemento de economía, marías eternas con prole con nombre de telenovela, pescadores a verlas venir, correplayas ligando corazones o hierbas, diminutos vuelvepiedras jugando entre la arena o camareros aperreados con una mesa de clientes sin paciencia que leen la prensa cuando el viento les deja.
La Caleta ya no es tan sólo plata quieta como en aquella vieja habanera de Antonio Burgos y de Carlos Cano. En apenas un mes la plataforma conservacionista que se creó de urgencia para combatir las obras que podrían haber modificado salvajemente ese paisaje de estampita, han conseguido sus últimos objetivos civiles: que el Consorcio para la Conmemoración del Bicentenario de la Constitución de 1812 interrumpa el dragado del fondo rocoso de la playa, con su formidable carga de profundidad que ello supondría para el ecosistema de la zona. A cambio, se ha apostado por un catamarán cuyo calado permita tutearse con la actual configuración del espigón del Socorro.
Desde un primer momento, la Plataforma había venido luchando porque las tareas de restauración del Castillo de San Sebastián fueran sencillamente restauradoras y no supusieran una modificación agresiva contra todo ese paraje que ahora se pretende proteger como Monumento Natural, en una iniciativa para la que se recaudan firmas al objeto de que la Junta de Andalucía pueda incluirlo en su catálogo de patrimonio etnológico. Qué menos para un lugar que limpiaba Fernando Quiñones y que acunó la infancia de Gabriel Araceli, el héroe decimonónico de Pérez Galdós. Pero también qué menos para ese equívoco espacio en el que desembarcó Alatriste y Halle Berry salió de las olas camino de Pierce Brosnan, un 007 que había entrado en el balneario con un libro bajo el brazo del ornitólogo James Bond. Pero qué menos para el horizonte de tantos besos, de tanta lágrima íntima, de tanta ensoñación de contralto de comparsa y de nostalgia emigrante en Castellón de la Plana. Una playa es algo más que un paraíso natural: es la tierra de nadie donde el mar coquetea con las emociones humanas. Así que ahora habrá que plantearse si los eventos de 2012 siguen haciendo necesario el ensanche de la carretera que conduce al Castillo. O si la devoción del Ayuntamiento por los quioscos, pérgolas y otros mobiliarios urbanos terminará por convertir los alrededores de ese entorno tan evocador en una especie de feria de muestras del mal gusto.
Y, en cualquier caso y a toro pasado, habrá que preguntarse por qué los letristas del carnaval, tan atentos históricamente a los avatares de esta playa, no le han dedicado una sola letra este año, cuando su protección corría más peligro que nunca. Tienen casi doce meses para corregir ese lapsus.