Si Senna levantara la cabeza...
Posiblemente, el magistral espectáculo vivido ayer se hubiera quedado en otro pestiño televisivo de no mediar la lluvia
Actualizado: GuardarNo daría crédito. Pensaría que le han cambiado la F-1, que no es la suya, la auténtica, la expresión máxima de la velocidad en la que él entregó los bártulos en la maldita curva de Tamburello. Si Ayrton Senna levantara la cabeza acabaría de soplar las velas de la tarta de su cincuenta cumpleaños. Y se retorcería al ver cómo le han usurpado hasta su apodo, 'Magic'. Él sabe que sólo dos deportistas en la historia moderna presentan el 'copyright' de la prestidigitación: Johnson, un mago del balón y las canastas que convirtió a los Lakers en leyenda, y él mismo, el paulista más universal.
De merodear Ayrton por el bullicioso 'paddock' de Albert Park, habría intentado retirarle la acreditación a más de uno: el oro líquido que pende de un colgante y abre las puertas del paraíso. Un bien tan exclusivo que para su expedición debería ser de obligada superación una prueba de sentido común. El que le falta a quienes al inicio de la carrera australiana ayer, con unas gotas -aunque fueran chorros- sobre el asfalto suspiraban por una salida neutralizada tras el safety car; los mismos que se llenaban la boca dos horas más tarde alardeando de carrera emocionante. Posiblemente, el magistral espectáculo vivido se hubiera quedado en otro pestiño televisivo de no mediar el agua y con ella una variable que estrecha las diferencias, aporta emoción, riesgo, peligro.
Fernando Alonso habló la víspera de la carrera con cierta interpretación peyorativa del Circo del Sol, olvidando que forma parte del gran circo por excelencia. Quizá con los años las neuronas se autocontrolan y se busca inconscientemente la ley del mínimo esfuerzo. No, el ovetense no escatima trabajo, entrega, valor y calidad cada vez que se pone a las riendas de casi ochocientos caballos. Pero de unos año a esta parte se buscan unas condiciones de carrera que se limiten, poco menos, que a validar los resultados de la calificación.
Sorpresa y diversión
O a lo sumo el desenlace de la reordenación, si la hubiera, tras la salida. Craso error. Nadie debe extrañarse de qué es lo que le pide el cuerpo al respetable, entendido como el aficionado verdadero en el que prima, ante todo la capacidad de sorpresa, de diversión. En una F-1 sin repostajes, con dos equipos superiores a otros dos y éstos a años luz del resto, si no media algo, lo que sea, el campeón será coronado sobre un podio de aburrimiento. Así que bendita agua australiana.
Sirvió la lluvia para que Alonso saliera mal y demostrar en adelante su caché, el que le coloca como el mejor piloto de la parrilla. Senna sí hubiera estado orgulloso de ver al ferrarista con hambre y rabia remontar posiciones.
Como seguro que festejó desde el cielo la ambición de un Kubica que no desaprovechó quizá la única oportunidad del año en el que su modesto Renault estuvo en el lugar exacto en el momento indicado. El polaco se encargó de hacer el resto. Con el eco presente de una leyenda urbana que apunta a la casi imposibilidad de adelantar en este negocio sobre ruedas, Alonso, Hamilton, Webber, Rosberg, los hachas de la película, se encargaron de ignorar tal creencia. Y Button recogió la cosecha de ser el primero en arriesgar al máximo. Todo o nada.
¿Qué le diría Ayrton Senna a Michael Schumacher? Nadie imaginaba una falta de pegada tal en el 'Kaiser'. Vale que Ross Brawn no ha dado, aún, con la tecla que acerque los Mercedes a Ferrari y Red Bull. Sirve como atenuante los tres añitos de placer que se ha cascado el icono alemán tras su retirada. Pero verle palidecer para superar de mala manera a Alguersuari y De la Rosa es demasiado. Ojalá mejore, cambie o rectifique. Esto no ha hecho más que empezar, cierto, pero el aspecto de la herida echa para atrás.
Lo que es seguro es que el gran Magic -Senna, no hay otro vinculado a un volante-, ayer se lo pasó en grande. Disfrutó desde su atalaya con la vista cenital de pilotos partiéndose el cobre de verdad, sin dobleces, remontando unos, administrando otros, maldiciendo los más jóvenes, entre los que Vettel sigue vistiendo el uniforme de damnificado. Divirtiéndose todos. Hasta Kobayashi después de desintegrar su bólido. De eso se trata. No, no de romper algo; de pasarlo bien. Pero, mientras no se demuestre lo contrario, eso sólo va a ocurrir cuando llueva.