Opinion

Formación, valores y el valor de la prosperidad

«Una sociedad no puede permitirse que las actividades de las que dependen la generación de riqueza y el progreso social carezcan del debido reconocimiento. Tan noble es dirigir una empresa como atender a personas en riesgo de exclusión»

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Durante la década de los noventa del pasado siglo, los jóvenes vascos que orientaban sus pasos hacia la Universidad querían estudiar, sobre todo, carreras ligadas al mundo de la industria y, en general, al de la empresa. Estudios técnicos (26%), económicos (24%) y jurídicos (11%) eran los más demandados. Esos porcentajes se han venido abajo 15 años después; ahora prefieren cursar estudios sanitarios (21%) o vinculados con la educación (21%).

Las disciplinas básicas (letras y ciencias experimentales), que constituían el grueso de los estudios universitarios décadas atrás, son escogidas por porcentajes decrecientes de jóvenes. Durante los últimos quince años los estudios de letras han sido los preferidos por apenas un 4% de los estudiantes de último año de bachillerato y los de ciencias experimentales por un porcentaje entre el 4% y el 8%, con tendencia a la baja.

Los datos porcentuales dan cuenta de los cambios en las preferencias, pero no dicen mucho sobre las consecuencias del fenómeno. Si tenemos en cuenta que hoy acceden a la Universidad, en términos absolutos, la mitad de jóvenes que hace quince años, se ve con facilidad que hay carreras que están perdiendo numerosos efectivos. Y eso puede tener consecuencias muy negativas, porque donde se está produciendo esta pérdida es sobre todo en los estudios más relacionados con los ámbitos industriales y empresariales. No hace falta explicitar de qué naturaleza pueden llegar a ser los efectos de estas tendencias si no se corrigen con el tiempo.

Pero las cosas no quedan ahí. Las disciplinas básicas, letras y ciencias experimentales, aquéllas sobre las que se asienta el conjunto del conocimiento, también han sufrido importantes bajadas. En este caso son dos los sectores de actividad que se verán afectados. En primer lugar, sufrirá la enseñanza secundaria, ya que nos encontramos en la antesala de numerosas jubilaciones en ese sector. Y, en segundo lugar, cuanto menor sea el número de titulados en estas áreas, menor será también el número de personas interesadas en desarrollar una carrera investigadora. Y esto puede ser un gran problema en una época en la que existe un consenso generalizado acerca de la importancia de la investigación. Podría ocurrir que nos encontremos en disposición de hacer el mayor esfuerzo de nuestra historia en crear conocimiento pero, paradójicamente, no tengamos suficientes personas capacitadas para emprender ese camino.

Es importante analizar las raíces de los fenómenos aquí apuntados, pues sin un diagnóstico acertado no podrán neutralizarse sus peores efectos. Una parte importante del problema es que quienes ahora vienen a la Universidad pertenecen a las generaciones más reducidas de los últimos tiempos. El número de nacimientos de la pasada década fue, aproximadamente, tres veces inferior al del conocido 'baby boom' de los años sesenta del siglo XX.

Pero el aspecto de la cuestión que más interesa destacar se refiere a los cambios de preferencias que manifiestan los estudiantes al preinscribirse en la Universidad, ésos que se traducen en los diferentes porcentajes dados más arriba. Hay voces que señalan que lo que está ocurriendo es que los jóvenes de hoy son cómodos y prefieren optar por carreras más cortas y, quizás, más fáciles que los de generaciones anteriores. Yo no lo veo así. La carrera más elegida es la de medicina, que es la más larga y no la más fácil; más bien es lo contrario.

Se trata, seguramente, de un fenómeno complejo en el que incide más de un factor, pero creo que lo que subyace a esta tendencia es, ante todo, un cambio de valores en la juventud, relacionado con las opciones profesionales. Durante las dos últimas décadas han mejorado de forma notable nuestras condiciones económicas, de manera que ya no se valoran como antes las actividades que generan riqueza. Es más, creo que ocurre lo contrario: se está tiñendo de tonos negativos todo lo ligado con la creación de riqueza y el incremento de la misma. Tampoco se valora el conocimiento. La ciencia no goza del prestigio social del que disfrutaba antaño. Algo parecido ocurre con las disciplinas de letras.

Las carreras más demandadas comparten un rasgo fundamental: todas ellas capacitan para desarrollar actividades de atención, cuidado y relación con personas. Es como si nuestros jóvenes, a la hora de escoger su orientación profesional, optasen por los estudios que tienen un sello de cierta 'nobleza' moral, como si los estudios fuesen, casi de manera exclusiva, un medio para satisfacer necesidades de desarrollo personal. Es como si se hubiese producido una cierta 'oenegeización' de la juventud.

Pero una sociedad no puede permitirse que las actividades de las que dependen la generación de riqueza y el progreso social carezcan del debido prestigio y reconocimiento. Tan noble y tan loable es dirigir una empresa, controlar un proceso productivo o investigar en polímeros como enseñar, curar o atender personas en riesgo de exclusión. Además, las sociedades necesitan generar riqueza para progresar, y también para proporcionar bienestar a toda la ciudadanía. Es imposible mantener la dudosa retórica de la 'sostenibilidad' si no garantizamos previamente unos sólidos estándares de riqueza económica. Pero me temo que se está extendiendo una conciencia popular que da por supuesto el bienestar, un extendido prejuicio que considera la prosperidad no una conquista, sino una condición dada. Y esto, en términos históricos, es una completa irresponsabilidad. Sólo puede proporcionarse el bienestar que se crea, y ello también depende de que haya suficientes personas bien capacitadas para desarrollar todo tipo de actividades.