MAR DE LEVA

Justicia Asesorada

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Hace unos años, en la Plaza, junto a Correos, vi recogiendo firmas al padre de una de las niñas asesinadas en Alcácer. Crucé un momento una sonrisa y una mirada con él, un mensaje mudo de solidaridad y compasión. En sus ojos vi una pena infinita, un dolor en carne viva para siempre, y también, me pareció, un brillo de inquieto desequilibrio: ese hombre ya no podía ver la vida como la ve el resto de la gente que no ha sido testigo de esa desgracia, de esa injusticia.

Ahora, muchos años más tarde, muchos crímenes después, veo que otro padre que ha sufrido una experiencia similar, que hasta ahora había mantenido una actitud de civismo ejemplar, una sabiduría del equilibrio en las horas desquiciadas acepta convertirse en asesor de justicia del PP para el futuro.

Y es entonces cuando mi estupor se convierte en algo muy parecido al miedo. Porque, verán ustedes, la justicia debe estar por encima del desquite o de la venganza. La justicia debería buscar siempre eso tan difícil de conseguir, la objetividad en su desarrollo, eso que se resuelve en un juicio donde una parte aporta pruebas, otra parte las rebate, y al final un juez, o un jurado popular, que es imparcial, decide. Representamos a la justicia como una figura alegórica ciega y tiene además una balanza en la mano. No podemos quitar la venda a esa figura. No podemos cargar la balanza hacia un lado ni hacia el otro.

Ignoro qué experiencia en derecho tendrá el padre de la desgraciada chiquilla asesinada. Pero sí sé que es muy difícil que su aportación pueda no estar mediatizada por su traumática experiencia. Lo mismo que no se puede hacer populismo desde el gobierno, tampoco tendría que hacerse desde la oposición.

Es el sino de los tiempos que corren. No solo en este triste tema en cuya condena, creo, estamos todos de acuerdo. Multiplicamos los cargos, elegimos representantes y estos, a su vez, eligen a consejeros y asesores que al final pinchan y cortan más que ellos mismos. En el fondo, me parece sintomático que los cuadros dirigentes de nuestros partidos sean tan ineptos que necesiten de otros que los guíen. A veces, qué casualidad, hasta con sus mismos nombres y apellidos.