CARTAS A LA DIRECTORA

Falta de vocaciones

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El pasado 19 de Marzo se celebró el día del Seminario. Debería ser una buena ocasión para reflexionar sobre la falta de vocaciones. Más, con motivo de este año sacerdotal que estamos celebrando. El arzobispo de Sevilla Juan José Asenjo ha reconocido que: «para nadie es un secreto que en estos momentos la Iglesia en Occidente y también en España está viviendo un largo invierno vocacional». Pero nadie se pregunta por qué. Siempre se tiende a buscar las causas fuera de la misma Iglesia: la Sociedad actual, los Gobiernos, las familias etc.

El Papa ha dicho recientemente que existe una mentalidad «hostil a la fe, que incluso intentan impedir el ejercicio del ministerio» e indicó que es necesario volver al confesionario. No parece que recurrir al confesionario ( que hoy ya nadie utiliza) o al Santo Cura de Ars que se pasaba muchas horas confesando, sea la solución a los problemas. Yo me pregunto: en tiempos de Jesús ¿no existía un ambiente paganizado por la influencia de la cultura romana en la Palestina ocupada?

¿Fue eso obstáculo para que el mensaje de Jesús se expandiera por todas partes y llegara incluso a la capital del paganismo, Roma? Entonces los apóstoles eran verdaderos testigos del mensaje de Jesús, lo trasmitían con autenticidad, con coherencia y pagaban con su propia vida el hecho de ser cristianos, seguidores de Jesús.

Hoy, el sacerdocio está en crisis muy profunda. La edad media del clero ronda en España los 67 años y en no pocos lugares, los 75. El sacerdote aparece muchas veces como personas dedicadas a la atención al culto y a los sacramentos sociales (bodas, primeras comuniones, misas de difuntos, bautizos.). La iglesias están medio vacías y con personas muy mayores, mujeres en su mayoría, sin presencia de jóvenes y de hombres. Ese modelo no puede ilusionar a la gente joven.

Además, el lenguaje que utilizan obispos y sacerdotes para hablar de normas morales, sexualidad, homosexualidad, relaciones prematrimoniales, el uso del condón, divorcios etc. es un lenguaje que causa rechazo e indignación en los jóvenes y la Iglesia en general aparece como una institución desfasada, poco evolucionada y muy alejada de la cultura y las aspiraciones del hombre de hoy. Sí se valora la atención a los necesitados y de modo muy especial el compromiso de los misioneros en tantos países empobrecidos. Lamentablemente, aunque sabemos que son casos muy concretos, los escándalos de pederastia en países como EEUU, Irlanda, Alemania, Holanda, Austria, Suiza, España etc. que trascienden mucho a la opinión pública, no ayudan nada a la buena imagen de los sacerdotes, como ha reconocido recientemente el Cardenal arzobispo de Viena que ha dicho: «¡Basta de escándalos! ¿Cómo hacemos nosotros para ser considerados sospechosos de infracciones que no hemos cometido? Porque siempre es toda la iglesia la que es señalada». Y ha admitido que el celibato es una de las causas de los problemas de pederastia y por eso debe haber un «cambio de visión» sobre el mismo. Y teólogos como Hans Küng y Drewerman han dicho recientemente que debe abolirse de una vez el celibato obligatorio.

Por eso creo, con toda sinceridad, que el modelo que hoy se ofrece de sacerdote está finiquitado y obsoleto. La Iglesia debiera hacer autocrítica y nunca lo hace. Habría que esperar que un nuevo Papa, más joven, quizá del Tercer Mundo, diera, como hizo el Papa Bueno Juan XXIII, un gran cambio en la Iglesia.