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Garzón

Da la impresión de que al juzgarle a él se pretende juzgar en realidad otra cosa

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Todo el mundo, y cuando digo todo el mundo no me refiero sólo a España, está más o menos pendiente de lo que vaya a pasar con Garzón. Las muestras de apoyo, nacionales e internacionales, que ha recibido hasta la fecha son importantes. Supongo que nadie me llamará exagerado por decir eso. La expectación creada es enorme, y no va a ir a menos. El presidente de CGPJ, Carlos Dívar, decía ayer que «lo que se tenga que hacer, se hará con imparcialidad y justicia». No es decir demasiado. De todas formas, si me lo permiten, yo me inclino a pensar que se hará también 'con mucho cuidado'. Garzón ya no es sólo Garzón. De hecho, me temo que se ha convertido en un símbolo. Ignoro si a su pesar o no, pero eso es lo de menos.

La cuestión es que hay que ser cautelosos con los símbolos. Es cierto que se le ha puesto el apelativo de 'juez estrella' y que se le ha acusado de afán de protagonismo y cosas por el estilo. No me extrañaría que incluso sus amigos estuvieran dispuestos a admitir con una sonrisa que algo de eso hay. Pero, por otro lado, la magnitud y relevancia de los casos que se ha atrevido a abordar no podían, de ninguna manera, pasar inadvertidas a los medios de comunicación. En ese sentido, no queda otro remedio que medir la estatura de su personaje en función de las enemistades que con sus actuaciones se ha granjeado.

Digamos, con todo, que eso es algo que figura en su haber. A mí, por ejemplo, me alegró durante una temporada con el asunto Pinochet y en recuerdo de aquello le concedo modestamente un punto positivo. De todas formas, a ras de suelo, desde lo que podríamos denominar la perspectiva parda del ciudadano medio, que cada vez observa con mayor suspicacia las sutilezas jurídicas, existe el convencimiento de que Baltasar Garzón está siendo objeto de una persecución tenaz y hostil.

El hecho de que a la querella del colectivo de reconocida ideología ultraderechista 'Manos limpias' se sume oportunamente otra presentada por los abogados de los imputados por corrupción en el 'caso Gürtel', hace que a cualquiera se le arrugue cuando menos la nariz. Ay. Los jueces piden discreción y respeto. Yo también pediría discreción y respeto. Los jueces claman por su independencia, pero es naturalmente antes el pueblo el que debería tener la seguridad de que puede confiar en ella. La admisión a trámite de esas querellas causa en primer lugar estupor, y a continuación, una especie de incredulidad y expectación morbosa que inevitablemente está adquiriendo un cariz bastante delicado. Al menos en el sentido de que provoca el posicionamiento instantáneo de la práctica totalidad de la sociedad española. He dicho antes que Garzón puede haberse convertido en un símbolo porque da la impresión de que al juzgarle a él se pretende juzgar en realidad otra cosa. Eso es lo delicado.